CAPÍTULO X

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CÓMO DEBEN MEDIRSE LAS FUERZAS DE LOS PRINCIPADOS
O el principado es bastante grande para que en él halle el soberano, en caso
necesario, con qué sostenerse por sí mismo, o es tal que, en el mismo caso, se
vea obligado a implorar el auxilio ajeno. Pueden los príncipes sostenerse por sí
mismos cuando tienen suficientes hombres y dinero para formar el
correspondiente ejército, con que presentar batalla a cualquiera que vaya a
atacarlos, y necesitan de otros los que, no pudiendo salir a campaña contra los
enemigos, se encuentran obligados a encerrarse dentro de sus muros, y
limitarse a defenderlos. Se habló ya del primer caso y aún se volverá sobre él,
cuando se presente ocasión oportuna. En cuanto al segundo caso, no puedo
menos de alentar a semejantes príncipes a fortificar la ciudad de su residencia,
sin inquietarse por las restantes del país. Cualquiera que haya artillado
fuertemente el lugar de su mansión y se haya portado bien con sus súbditos, no
será atacado nunca sino con mucha circunspección, porque los hombres miran
siempre con cautela suma las empresas que les ofrecen dificultades, y
no cabe esperar un fácil triunfo cercando o asaltando la ciudad de un príncipe
que la ha fortalecido en buenas condiciones y que cuenta con el amor de su
pueblo.
Las ciudades de Alemania son muy libres; tienen en sus alrededores poco territorio que les pertenezca; obedecen al emperador a la medida de su gusto;
no le temen a él, ni a ningún otro potentado, a causa de la solidez de sus
murallas, por lo que los agresores temen perder mucho tiempo, y hasta sufrir
un descalabro, si toman la ofensiva contra ellas. Todas tienen fosos, muros
muy fuertes, cañones en abundancia, y conservan en sus almacenes, bodegas
y habitaciones, vituallas bastantes para comer, beber y encender fuego durante
un año. Fuera de esto, y a fin de alimentar suficientemente al populacho, no
les falta con qué darle trabajo, también por espacio de un año, en aquellas
obras públicas que son el nervio y el alma de toda ciudad, y se cuidan con
esmero de que los servicios militares estén continuamente en vigor. Así, un
príncipe que posee por punto de residencia una plaza fuerte y se hace amar
dentro de ella, difícilmente será sitiado, y si lo fuera, el que lo intentase
acabaría por levantar el cerco con oprobio. Son tan variables las cosas
terrenas, que es casi imposible que el que ataca, si se ve llamado a su país por
alguna inevitable vicisitud de sus Estados, permanezca un año rondando con
su ejército, ante unos muros muy fuertes, que no le es posible asaltar.
Si alguien objetare que, en el caso de que, teniendo un pueblo sus posesiones
afuera, las viera quemar, perdería la paciencia, y su interés le haría olvidar el
de su príncipe, responderé que un monarca poderoso y valiente superará
siempre esas dificultades, ya dando esperanzas a sus gobernados de que el
mal no durará mucho, ya amenazándoles con las represalias y crueldades que
cometería el enemigo, ya, en fin, poniendo a buen recaudo a aquellos súbditos
que le pareciesen muy osados en sus quejas. Aparte lo cual, habiendo el
enemigo, desde su llegada, incendiado y devastado el país, cuando estaban los
sitiados en el ardor de la defensa, el príncipe debe abrigar tanta menos
desconfianza después, cuanto que, pasados varios días, los ánimos se habrán
enfriado, los males se habrán sufrido, los daños estarán hechos, y no quedará
ya remedio alguno. Los ciudadanos entonces se unirán mejor a él,
precisamente porque ha contraído con ellos una nueva obligación, a
consecuencia de haberse arruinado sus casas y sus posesiones en defensa
suya. La naturaleza de los hombres es de obligarse unos a otros, lo mismo por
los beneficios que conceden que por los que reciben. De donde es preciso
concluir que, considerándolo todo bien, no le es difícil a un príncipe prudente,
desde el comienzo hasta el final de un sitio, conservar inclinados a su persona
los ánimos de sus conciudadanos, si no les falta con qué vivir, ni con qué
defenderse.

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