—Voy a matarte —HyungWon señaló con el dedo a Kihyun que estaba escribiendo a máquina.
—Te lo agradecería —dijo sin mirarlo. Su amigo se acomodó los anteojos—, que en lo posible sea antes de la fiesta, así no tengo que limpiar.
—Tu super hierba hizo de mí un idiota —se acostó en el sofá y aplastó un almohadón contra su cara.
—¿Estás seguro de que fue la hierba? —Kihyun rio y lo miró fugazmente—. Bien, aceptaré la culpa. Ahora dime qué hiciste.
—Estuve toda la clase comportándome como una maldita princesa de Disney. Que los pajaritos, que el sol, que las plantas...
El pelirrosa soltó una de sus características risas malvadas.
—¿Se dio cuenta de que estabas volando?
—Le desordené el pelo y lo llamé boy scout —murmuró avergonzado—. Normalmente mantengo mi estupidez a raya y hoy ni siquiera la dosifiqué.
Kihyun siguió riendo con la cabeza echada hacia atrás.
—¿Lo invitaste a la fiesta?
HyungWon asintió apesadumbrado.
—¿Te dijo que no?
—Vendrá.
—¡Entonces deja de quejarte! Todo salió bien al final para el profesor volado.
HyungWon le lanzó el almohadón pero su amigo lo esquivó sin dejar de reír.
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La clase del día siguiente fue, para HyungWon, un poco mortificante. Todavía seguían invadiendo su cabeza pequeños fragmentos de la mañana anterior y le daba vergüenza siquiera mirar para donde se sentaba Hoseok.
—Entonces, ¿quién puede decirme qué temas tratan en la novela? —preguntó golpeando el libro con sus dedos largos.
Un chico levantó la mano.
—Amor, homosexualidad...
HyungWon asintió y miró a una chica de la fila del medio que había levantado la mano.
—¿Señorita Kim?
—¿Religión?
—Si, muy bien. Tenemos una novela relativamente corta, es curioso cómo funciona esta historia y los sentimientos que despierta.
Hoseok no podía —ni quería— sacarle los ojos de encima a HyungWon. Estaba, como siempre que el hermoso hombre daba una clase, embelesado. HyungWon parecía absorber con facilidad la atención de todos una vez que se paraba frente al aula. Se movía de un lado a otro, con una mano en un bolsillo y gesticulando con la otra. De vez en cuando, se acercaba a la pizarra y garabateaba palabras al azar que ocupaban todo el espacio para luego ensamblarlas y así sacar una conclusión maravillosa. Hablaba con una soltura demoledora y uno se quedaba con sus palabras dando vueltas por la cabeza mucho tiempo después de que la clase hubiera terminado.