Uno: Soledad

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La sensación era extraña.
Demasiado.

Tomó aire y se acomodó en el pequeño risco del lugar. El nudo de su estómago se hizo más fuerte; hasta el punto de urgir la necesidad de cerrar los ojos con fuerza y respirar más lentamente.

Pero eso no había funcionado. Por el contrario, al iniciar esa pequeña meditación, sus chacras se agitaron con tal violencia, que acabó llorando.

¿Porqué?

Ni siquiera él, famoso por su endereza y amplio control sobre los arrebatos emocionales, tenía una respuesta.

Mintió.
Sí la tenía.

Él, el estoico reparador y herrero, el caballero guardián de la primera casa, había sido premiado con el puesto de mayor honor en el Santuario. Y con ello, como píldora adicional, había obtenido el exilio al templo de las estrellas.

En soledad.
De nuevo.

Y no era que temiera a esta. Ya se había convertido en su amiga íntima. Pero, el pequeño brote de esperanza, que nació en él cuando todos regresaron a la vida - gracias a la enorme bondad de los Dioses -, gritaba por no estar sólo nunca más.

Cuando el llanto cesó, tomó una profunda bocanada de aire, extrajo el pergamino de la suave tela que lo envolvía, acomodó la pluma junto al pequeño bote de tinta y se obligó a comenzar con su nueva tarea: contabilizar las constelaciones activas sobre la tierra. Y aunado a eso, tratar de detectar cualquier indicio de cosmos - no registrado - sobre la misma.

Esa última sería más compleja ya que implicaba expandir su cosmos por el mundo - entero y verdadero, literalmente - y mantenerse así hasta percibir cualquier señal, por pequeña que fuera.

Se preguntó cómo se mantuvo cuerdo su maestro; y si él sería capaz de mantener la cabeza en su sitio. Su mente divago hasta Saga. ¿Acaso fue por algo parecido por lo que cometió todos esos actos tan atroces? Los puntos de su frente se elevaron, ¿qué estaba pensando? No. No. Había decidido omitir ese espacio temporal; por el bien y por la paz.

Inspiró y exhaló aire. Sí no se centraba, aquella misión sería aún más compleja.

Así lo hizo, hasta los primeros colores del amanecer, impidieron le contemplación de las estrellas.

Miró el pergamino junto a sus piernas: su primera noche como patriarca había alcanzado su fin.

Estornudó.

Para la noche siguiente, robaría su toga de la torre de Jamir.

Diario de un PatriarcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora