Catorce: Recuerdos

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Tres días habían pasado desde que diera comienzo la misión de recuperar - u obtener información - la armadura de Altar. Días en los que el santuario se mantuvo en calma pero no así la relación extraña de sus habitantes.

Acuario y escorpio habían vuelto a poner al día sus disputas continuas; Aoria estaba más unido a Marín; Shaina se reunía con mayor frecuencia con el brasileño para disgusto del caballero de cáncer, que estaba viendo en la italiana una alianza fraternal, por llamarlo de alguna forma. Shura, estaba cada vez más unido a Geist y Shaka... Digamos que ahora era el rubio quien había convertido el recinto principal en su medio hogar.

— Casi había olvidado este libro – dio la vuelta al libro que había estado leyendo mientras Mü trabajaba en el enorme despacho – Pensé que se había perdido.

El lemuriano levantó el rostro en dirección al hindú y se sorprendió del hallazgo.

— ¿Es el de las fábulas? – dejó su ubicación en el despacho y se acercó al rubio – ¿Dónde estaba?

Shaka le tendió el libro ajado al tibetano y señaló un recoveco medio oculto de la libreria.

— Ahí, bajo esa caja.

Mü miró hacia esa dirección. Esa caja...

El libro casi se resbala de sus manos ante la visión. ¿Cómo se le había pasado algo así? Se maldijo internamente; su afán por poner todo al día, le había llevado a centrarse únicamente en las labores de patriarca. Entregó de vuelta el libro a su pareja y se lanzó a tomar la caja entre sus manos.

— Está caja era de Shion.

Shaka asintió dado que la mayor parte de objetos en esa estancia era de el antiguo patriarca. Aunque, al juzgar por la reacción del lemuriano, debía ser más importante de lo que creyó en un inicio.

— Aquí guardaba todos sus recuerdos – dijo Mü, acariciando la superficie de metal, como si así pudiera devolverle la vida a su maestro. – Nunca me dijo que contenía y como abrirla, era su mayor secreto – la opresión en el pecho fue muy grande, tanto que sintió que se cerraba su garganta. Hizo ademán de depositarla nuevamente en el lugar de donde la tomó cuando sintió un vestigio de cosmos. – ¿Qué...?

No consiguió terminar de hablar pues dicho vestigio, se convirtió en una enorme y brillante luz que inundó la estancia. De pronto, la luz aminoró hasta tomar forma etérea de un par de muvianos. Las formas etéreas se convirtieron en nítidas pero traslúcidas. Estas mostraban a Shion danzando en el aire con un pequeño niño en brazos.

— ¿Crees que el santuario es lugar para un bebé? – la voz detrás del par de santos, hizo que ambos voltearan. Un envejecido Dohko se notaba enojado aún a pesar de la serenidad de su voz.

— ¡Es mi hijo, Dohko! – Shion alzó la voz – ¡Es mi responsabilidad! – matizó, apresando de mejor manera al bebé, que dada la presión, comenzó a llorar.

— ¡El santuario no es lugar para un bebé, Shion! – volvió a decir el viejo maestro.

— Yuzuriha ha muerto, ¿Qué pretendes que haga? ¿Que lo abandone? ¿Eso me convertiría en un hombre mejor? – acusó el patriarca Shion, mirando al infante en sus brazos y tomando aire para bajar la voz – ¿Me perdonarás, entonces?

El silencio de ambas figuras pareció eterno. Dohko no contestó y la figura de Shion con el bebé volteó. Con ello, la habitación - que antes parecía estar desarrollándose en los cinco picos - llevó a Mü y a Shaka a un viejo templo perdido en las montañas. Una mujer, con vestimentas del santuario, arropaba a un bebé con una larga estola color rojo. Estola que hizo que ambos espectadores contuvieran el aliento; era la estola de Mü; el único objeto que había heredado de sus padres biológicos. Sin querer, Mü dio un paso adelante, tratando de ver a la mujer, que creyó era su madre.

Diario de un PatriarcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora