Quince: Momos

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Un haz de luna entraba con fuerza por el ventanal cuando Mü recuperaba los pedazos de entereza y se dispuso, con decisión, a tomar la alcoba de Shion para sí mismo. Para ese momento, había perdido el miedo a ser irrespetuoso. Sin embargo, en cuanto cerró la puerta de la estancia tras de sí y se retiró la túnica, la luz brillante apareció ante él.

La silueta de Shion pareció observarle directamente y el corazón de Mü, volvió a encogerse con dureza.

— Espero que algún día puedas perdonarme.

Iba a contestar pero la figura etérea pasó a través del tibetano, dejando un rastro efímero del cosmos de Shion. Cosmos, sea dicho de paso, dejó un remanente de amor en su pecho. Volteó en la dirección a la figura y se vio a sí mismo, en la enorme cama que pretendía ocupar.

Shion, se agachó al lado del infante y acarició su rostro, con temor y delicadeza.

— Si hubiera leído a la muchacha, no la habría llevado conmigo - siguió acariciando el rostro, ahora, por encima de las vendas que cubrían parte del mismo. - No voy a perderte de nuevo, mi pequeño Mü.

La mirada de Shion demostraban un arrepentimiento y dolor, que Mü pudo comprender, eran de un padre abnegado. Se aproximó un poco a la cama para apreciar mejor la escena. El infante se removió y sollozó, y a su vez, algunos objetos de la estancia comenzaron a moverse. El mismo Mü reconoció su propio cosmos; la sensación fue extraña pues revivió esa misma escena, también desde sus recuerdos.

El infante se despertó de golpe, envuelto en llanto y fue atrapado por los brazos de Shion, que lo acunó en su pecho, se acomodaba mejor en la cama y comenzaba a cantar una vieja canción en idioma antiguo; idioma que Mü no aprendería hasta su exilio en la torre de Jamir. Sin darse cuenta, acortó todo espacio con la escena frente a él, uniéndose al par que derrama un llanto amargo, sin poder evitar que su propio rostro fuera empapado. Su primer recuerdo con Shion, ahora tenía un sentimiento mayor; uno que abrumó todo su ser. Se dejó llevar y cantó con su padre aquella absurda pero misteriosa melodía.

Cuando el canto terminó, la luz se desvaneció de su lado. No pudo o no quiso mirar cómo Shion se desvanecía nuevamente. Sin embargo, la luz volvió a formarse frente a sus ojos, como si buscara su mirada. Él, en una versión más pequeña de lo que recordaba, correteaba por la estancia, siendo seguido por un calmado Shion, luciendo una enorme sonrisa en el rostro.

— Mü - reprendió el mayor -, está prohibida transportarte entre templos, mucho más al recinto principal.

— Nadie sabe, sólo maestro - respondió travieso el infante en un maltrecho griego - Y maestro no dirá.

El menor se subió a la cama y se posicionó cruzado de piernas, esperando la llegada del mayor. Mayor, que suspiró negando, omitiendo así el castigo que cualquier otro caballero sí habría recibido.

Para cuando Shion llegó a la cama, Mü adulto tenía una sonrisa en el rostro; jamás pensó en cuántas fechorías había cometido con tal de estar con su maestro. El cabello del infante fue removido por el adulto y la sonora risa inocente, pobló la estancia mientras se acomodaban para dormir.

— Sólo por hoy, ¿de acuerdo? - el infante dio un salto, acomodándose directamente en el pecho del mayor y Shion, sonrió ante esos pequeños gestos. - Pero no vuelvas a hacerlo porque si lo haces de nuevo - le dio un pequeño toque en la nariz; toque que el Mü adulto sintió propio -, tendré que castigarte una semana en el calabozo.

Ahora fue el turno del actual patriarca para dejar escapar una risa. Shion siempre se lo decía, pero nunca llegó a cumplir la amenaza. Ahora... comprendía bien el motivo.

Tomó aire y cerró los ojos cuando la luz desapareció, reviviendo sus propios recuerdos. Se acostó en la cama aún con la sonrisa en el rostro y se perdió en ellos hasta quedar dormido.

Diario de un PatriarcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora