Trece: Necio

63 5 1
                                    

Para cuando Afrodita puso un pie en el despacho, él ya tenía todo pensado; incluso los argumentos que emplearía porque su siempre acertada intuición le decía que no iba a ser fácil la tarea.

Y así fue, ahí tuvo que exponer que eran los mejores para la tarea de buscar la armadura extraviada. Afrodita era necesario por su excelente rastreo y Saga, porque nadie mejor que él para manejarse en aquellas tierras.

Después de casi una hora de negociaciones, llegaron a un punto de inflexión que no les dejó otra que aceptar.

- Es una orden - ya empezaba a perder la paciencia Mü. Apoyó ambas manos sobre la mesa y miró a ambos santos que esquivaban sus propias miradas - Y como tal, acotarán con ella. - Ni Saga ni Afrodita pidieron ocultar la sorpresa de su rostro ante ese cambio de actitud en el lemuriano, que en ese momento, les trajo a Shion al pensamiento - Mañana al alba emprenderán el viaje, así que - cabeceó en dirección a la puerta -, a prepararse y descansar, que la tarea es ardua.

Por un segundo, ambas miradas se cruzaron para asentir casi al unísono. Se marcharon tras hacer una reverencia y cerraron tras de sí la puerta. Mü, dentro del despacho, negó tras soltar todo el aire y se dejó caer en la enorme silla del despacho.

- Y el terco soy yo... - susurró.

Detrás de él, una casi imperceptible risa se escuchó antes de que su presencia inundara el lugar. Sabía perfectamente a quien pertenecía dicha risa.

- He de admitir que por un instante, hasta yo pensé estar con Shion - afirmó el santo rubio mientras acortaba todo espacio.

Apoyó el trasero en la mesa del despacho y quedó mirando a Mü, que sin pensar mucho en ello, abrazó al recién llegado y hundió la cabeza a la altura del estómago ajeno.

- ¿Porqué siempre tengo que convertir todo en órdenes?

Shaka se rió de nuevo mientras acomodaba los cabellos del patriarca. El silencio les acompañó un instante. Instante en el que Mü tomó aire para mostrarse despreocupado cómo siempre.

- No he podido llenar la despensa.

Shaka asintió. Lo sabía. Desde que se reconciliasen, estaba demasiado pendiente de Mü.

- Me tomé la libertad de ocupar la cocina principal.

- ¿Queso y pan? - indagó curioso el antiguo primer caballero.

- Subestimas mi saber hacer en la cocina - abandonó la mesa del despacho y se encaminó, con ese porte tan místico, a la salida - Dhal aunque el pan... Ahí sí, será del griego.

Ahora fue el turno de Mü para sonreír. Esperaba que ese guiso estuviera en condiciones óptimas para degustarlo porque - aunque sabía lo mucho que se estaba esforzando Shaka - la cocina estaba resultado todo un reto para él. Sobretodo, por las medidas de las especias.

Aunque debía admitir que esos detalles que recibía del hindú le gustaban. Mucho.

Unos metros abajo del recinto, el silencio acompañaba al par de santos que regresaban a sus templos. Éste fue roto por el último guardián, que aunque quisiera, no era gran amigo del silencio.

- ¿Crees que de verdad Shion era su padre?

Saga se obligó a mirar a Afrodita. El sueco no era más que una sombra de lo que solía ser: lucía demacrado y sus ojos apenas si mostraban el brillo que siempre le acompañaba. La culpa volvió a agolparse en su pecho y el nudo regresó a la garganta. Se obligó a apartar la mirada y cerró los puños.

- No lo sé. Viajaba a Jamir cada vez que se le antojaba... O a los cinco picos - volvió a mirar al sueco aunque se arrepintió enseguida. Los tonos dulces del atardecer, regalaban una visión demasiado entrañable y apetecible del último guardián. Su mandíbula se tensó, volteó hacia el camino y aceleró el paso - Mañana será un día duro. Te espero al alba en mi templo.

Diario de un PatriarcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora