capítulo 1 EL DESPERTAR

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6 MESES ANTES.

MADISON FORBES

Abrí mis ojos violentamente, la respiración volvió a mí en un ahogo.

«Debes tranquilizarte, Madison. Fue solo una pesadilla». Pensé entretanto agarraba mi rostro con mis dos manos. Froté mis ojos y tomé el reloj despertador que se encontraba encima de mi mesa de noche. Eran exactamente las 7 a.m. y mi alarma no paraba de sonar.

—¡Madison! —Oí gritar a mi madre desde el piso de abajo.

Gruñí para mis adentros, mi cabeza daba vueltas y me negaba rotundamente a salir de la comodidad de mi cama.

—¡Madison! —gritó de nuevo.

—¡Ya me levanto! —le contesté al instante que oí sus pasos apresurados en la escalera, pocos segundos más tarde sus zapatos hicieron ruido en el piso de madera y luego, la puerta de mi habitación hizo su habitual chillido cuando ella entró.

—Madison, llegarás tarde al instituto. —dijo, elevando la voz mientras abría las cortinas dejando entrar el radiante sol por la ventana. Me cubrí la cabeza con mi manta de polar y ella de un solo tirón me la quitó completamente de encima.

—Tranquila, mamá. Deja de gritar,  me duele la cabeza y cierra esa cortina que me mata el sol. —le supliqué entre dientes, llevando mis manos hacia mi rostro evitando así que el sol queme mis ojos.

—Ay, tonterías… ¿Cómo era aquel dicho? —miró hacia arriba entrecerrando los ojos,  como si estuviera tratando de recordar algo, mientras colocaba uno de sus mechones castaños detrás de su oreja —Ah, sí, ya me acordé —exclamó seriamente y fijó sus ojos avellanas en los míos —. Calavera no chilla.

—¿Qué? —inquirí con el entrecejo fruncido. Mi cerebro no funcionaba muy bien aquella mañana —. No entiendo, mamá.

—¡Ay, tú nunca entiendes nada! —respondió mientras gesticulaba exageradamente con las manos para luego tomar mi ropa sucia que había encima de la silla de mi escritorio —. ¿En que momento llegaste? No te escuché entrar
.
—La verdad es que no me acuerdo ni como llegué, mamá. —fruncí el ceño tratando de recordar, me senté en mi cama y por más esfuerzo que hiciera no recordaba absolutamente nada.

—¿A quien se le ocurre salir de fiesta entre semana? Solamente a ti y a tu trío mágico, luego te pones de mal humor que ni tú misma te aguantas.

—¡Ah! —solté con falsa indignación —, ¿De quién herede este carácter? —hice una pausa y luego dije: —Ah, sí... de ti —murmuré y ella me arrojó mi uniforme a la cara —. Era el cumpleaños de Vanessa, sabes que no podía negarme a ir.

—¿Yo con mal carácter? Por favor, no digas disparates y no te hagas la chistosa. ¿Cómo es que mi hija no se acuerda de lo que hizo después de una fiesta? En ese sentido eres igual a tu padre… ¿Te conté la noche en que nos emborrachamos luego del partido de béisbol  y aparecimos en la bodega del instituto?

—¡Ay, mamá, no quiero escuchar ese tipo de historias otra vez! Ni siquiera imaginarlos… se supone que eres mi madre y debes procurar que no haga esas cosas…

—¡Tonterías! Te doy los recursos para que sepas lo que no es correcto y sepas cuidarte. ¿Sabías que te concebimos en luna llena?

—¡Ay, mamá, por favor! Eso es tétrico y algo que no debería oír. —mi madre soltó un bufido de risa mientras seguía poniendo toda la ropa en el cesto para lavar.

—Levántate. Sobre la mesa de noche te dejé aspirinas, tómalas y baja a desayunar. —alzó su voz demandante antes de perderse por el pasillo hacia las escaleras.

Me quité la pijama, y en el instante que vi mi reflejo en el espejo de mi tocador, un recuerdo fugaz golpeó con furia mi mente: una silueta que me cargaba hacia mi habitación; recuerdo que olía a sangre y perdición.

«No estoy muy segura. Anoche bebí demasiado, debo dejar de pensar tonterías. Es imposible que alguien me trajera sin que mi madre se diera cuenta». dejé aquellos malos pensamientos de lado. Traté, en verdad lo intenté.

Luego de salir de la ducha, me coloqué el uniforme y trencé mi cabello pelirrojo. Bajé la interminable escalera en tiempo record, fui hacia el comedor y me sorprendió en la manera de como mi madre y mi hermanita Cassie me miraban sonriendo.

—¿Por qué me miran de esa manera? —inquirí mientras tomaba una rodaja de pan con mermelada que estaba en el plato de Cassie.

—Trenzaste tu cabello... —señaló mi madre y entendía su sorpresa. El único que trenzaba mi cabello era papá y me pareció un buen gesto hacerlo en el aniversario de su partida. Eso me aliviaba, aunque sea un poco, el peso en mi corazón. Mamá suspiró, se dirigió hacia el mesón para rebanar varios trozos de frutas  y luego las colocó en la lonchera de Cassie. Observé la hora en mi móvil y me apresuré para dirigirme a la salida.

—Madison, ¿tú no desayunarás? —mi madre me paró el paso.

—No, mamá. Anna viene por mí y trae café —dije desde la puerta —, Desayunaré en su auto. No te preocupes.

—¡Sabes que no me gusta que te vayas sin desayunar, hoy es un día largo vas a necesitar energías, cariño!

—¡Mamá, no te preocupes, no pasa nada! —caminé nuevamente hacia la cocina —. Más tarde nos vemos, vuelvo después de las prácticas. ¡Adiós, Cassie!
En el momento que giré el picaporte y tiré de él para abrir la puerta una bocina llegó a mis oídos; sin pensar demasiado pasé el umbral de la puerta hacia fuera. La felicidad me invadió al ver que era Anna y había traído café, como prometió.

Al salir me sentía extraña, tenía la sensación de que algo estaba observándome muy de cerca; no estaba segura de lo que se trataba con exactitud. Sin embargo, el radiante sol de hace unos minutos se había escondido para dejar un día nublado, lo cual no ayudaba mucho con los pensamientos negativos que invadían mi mente ante ese sentir.

Caminé unos cuantos pasos arrepentidos no sin antes mirar a los lados para cerciorarme de que sólo estaba persiguiéndome sin razón, cuando estaba por abrir la puerta del auto, una melena rubia se asomó por la ventanilla que se encontraba abierta del lado del acompañante.

—Vamos, nena. Llegaremos tarde. — una voz melódica pero demandante salió de su boca.

Al subir, Anna me dio un fuerte abrazo y me entregó mi café.

—¡Anna! ¿Qué le has hecho a tu cabello? —tomé aquel mechón rojizo que sobresalía en aquella melena dorada.

—¿Te gusta? Creo que me hace parecer más ruda.

—¿Más ruda? ¿Con esa cara angelical?
—Solo es mi cara y tú lo sabes. En el instituto me odian, no soportan mi grandeza. —sonrió y elevó su barbilla en un gesto altivo.

Negué con la cabeza y observé por la ventanilla. Las calles desoladas no ayudaban demasiado a mi día. «¿Dónde se encontraban todos?». Si lo pensaba demasiado era válido que la gente no saliera a la calle cuando hacía tanto frío. Las preguntas de Anna comenzaron en el momento que giramos en la calle Lafayette para dirigirnos hacia el instituto.

—¿Donde te metiste anoche, Mady? —inquirió con curiosidad mientras alternaba su vista en el móvil y luego al frente.

—Estuve con ustedes toda la noche, Anna. ¿Qué estás diciendo?

—De un momento a otro dijiste que ibas a tomar aire, fuiste hacia el balcón y ya no regresaste. Creímos que Luck te había llevado a casa, él tampoco regresó a la fiesta.  —me observó confundida esperando a que dijera algo más. Sin embargo, ¿qué podía decir? No sabía, en verdad no lo recordaba.

¿Debía seguir mintiendo? No valía la pena ocultar algo tan tonto como eso. Aún así, me invadió una intriga que para mí seguiría siendo un enigma. Si tan solo pudiera recordar algo, lo que sea de esa noche.

—Bien, Anna —hice una pausa no muy segura de lo que estaba por decir —. Debo confesar que no sé cómo llegué a casa anoche.

—¿Cómo es que no sabes? —sus ojos celestes me miraron fijamente como si quisieran sacarme la verdad. Una verdad, que ni yo sabía. La terrible resaca de esa anoche no ayudaba para nada a mis recuerdos y al final no fue una buena idea quitar los ojos del camino.

—¡CUIDADO, ANNA! —grité asustada, un enorme perro marrón se nos había cruzado.

Anna frenó el auto y nos quedamos paralizadas ante tremenda circunstancia, podía observar como la rubia apretaba el volante con fuerza, sus manos pálidas se encontraban tensas; nuestra respiración entre cortada y el pulso acelerado era una clara señal del terror que sentíamos, nos miramos un par de veces confundidas por la situación hasta que decidimos bajar. Quizás el perro necesitaba nuestra ayuda.

Pero cuando lo hicimos, lo único que encontramos fue una gran abolladura en el auto de Anna, no había rastro alguno del gran perro marrón que se nos había atravesado. No entendíamos con exactitud lo que estaba ocurriendo. Aún así, volvimos a subir al auto para emprender nuevamente nuestro camino al Instituto.

—¿Dime que viste lo que yo vi, Anna? —pregunté con mi voz apenas audible.

—Tranquila, Mady. Era solo un perro —sabía que Anna solo trataba de disimular el miedo, desde niñas ella siempre aparentaba ser valiente, no solo por ella sino por mi, era su manera extraña de protegerme —. ¿No me digas que todavía le tienes miedo a los autos? —pude notar la preocupación en su voz.

—Sabes que aún no puedo superarlo, pero ya tengo que dejar de sentir lástima por mí. Solo fue un accidente y debo aprender a vivir con ello. —dije observando la carretera, el solo hecho de pensar en ese trágico accidente se me estrujaba el corazón.

—Lo siento, Mady. No era mi intención asustarte, ese perro apareció de repente y no pude esquivarlo.

—Tranquila, Anna —le sonreí —. Falta poco para llegar al instituto. Y quisiera contarte que realmente no sé como llegué a casa anoche —confesé, necesitaba decirle a alguien, a quien sea, claro que cualquiera era buena opción antes que mi madre.

—Imagino que no le has dicho a tu madre… —soltó como si hubiese leído mi mente.

—¡¿Qué?! No, no. Imagínatelo, haría un escándalo.

—Hasta le pediría al sheriff que le entregue las cámaras de toda la cuadra. —las dos reímos ante ese comentario, porque sí, así era mi madre.

—Déjame analizar tu llegada.

—¿Analizar? Traté de recordar toda la mañana pero sólo se me viene a la mente aquella silueta que me cargaba y su olor a… sangre.

—Mady, estoy completamente segura de que fue Luck y sus fragancias extrañas que se coloca. —aseguró con cara desagradable y se río mientras aparcaba en el estacionamiento del instituto.

«¿Realmente fue él?». Si así hubiese sido, ¿por qué aquella sensación no se disipaba? Permanecía allí, carcomiendo mi mente.

—¡Llegamos! —Anna me quitó de mis pensamientos al momento que soltó su voz chillona habitual.

—¿Por qué siempre te emociona llegar al instituto?

—¿Es broma? Madison Forbes, ¿no me digas que has olvidado que tenemos que organizar el baile de los egresados? —dijo realmente indignada mientras colocaba sus delgados brazos cruzados a la altura de su pecho. Su entrecejo fruncido y su nariz arrugada le daba un aire gracioso así que no pude evitar sonreír.

—Si, realmente lo olvidé, discúlpame. Aunque para ser sincera mi mente no está de ánimos para organizar absolutamente nada.

—No hay problema, Luck y Vanessa nos van a ayudar. —soltó muy animada entretanto se acomodaba la camisa blanca del uniforme para que los botones queden perfectamente bien alineados con los de la pollera tableada roja.

—No vamos a ayudar simplemente acataremos tus órdenes. —la corregí.
—Que graciosa eres, Mady —dijo para luego fingir una risa —Lo digo en serio, esto tiene que salir perfecto. Es decir, ¡va a salir perfecto!

Anna sujetó mi mano y me llevó hacia la entrada, un día muy normal en el instituto Whistler. Varios adolecentes por doquier, los grupos deportistas de un lado, cerca del campo de juego, los estudiosos del otro, pegados a las primeras ventanas de las aulas; por otro lado teníamos a los solitarios o como algunos los llamaban: Los Marginados—un nombre bastante estúpido—. El instituto era la base del pueblo, un edificio bastante antiguo; mitad castillo, mitad mansión. Sin embargo, las reformas modernas no le quitaban del todo su esencia. Las grandes ventanas daban una buena vista desde adentro hacia lo que era el extenso terreno del instituto, lo que en ese entonces se encontraba encendido por los colores del otoño. Entre tantos uniformes rojos y blancos divisé la cabellera rojiza de Luck y la melena azabache de Vanessa quienes se encontraban parados junto a los casilleros de la entrada.

—¡Hola, hermanito menor!  —rodeé mis brazos en su cintura y él se removió incómodamente para alejarse de mí.

—Ya te dije que no me digas así, Madison. Solo porque tengamos el mismo color de cabello y crecimos juntos no quiere decir que sea tu hermano, y ni siquiera tu hermanito menor, tenemos exactamente la misma edad —contraatacó nerviosamente mientras se acomodaba sus lentes, rodé los ojos ante lo dicho.

—¿Otra vez con ojeras, Madison? —la voz que sonaba frente a mí era la de Vanessa, una de mis mejores amigas —. Deberías maquillarlas… —murmuró mientras buscaba en su bolso el corrector de ojeras.

—Ya déjalo así, Vanessa —espeté —. Estuve toda la semana preparándome para este examen y Mírame ahora, con resaca y sin una sola información en mi cabeza.

—Yo no he estudiado nada, díganme ¿Acaso necesito de la filosofía para ir a la Universidad de Medicina? Es absurdo —bufó Luck mientras se posicionaba a mi lado y cerraba su casillero.

—Tranquilo, Luck. —soltó Anna ante el puchero de nuestro amigo.

—Aún tenemos algo de tiempo antes de que la profesora Carter comience con el examen —sonreí. Recogimos todos los libros y nos dirigimos al aula. El pasillo estaba atestado de adolecentes hormonales, gritando y moviéndose por doquier.

—Hojas y bolígrafo encima del pupitre —la profesora Carter había entrado al aula y todos hicieron caso ante su petición. Menos yo claramente quien aún me encontraba estudiando —, Señorita Forbes. —espetó con frialdad. La profesora Carter era famosa por enviar a detención a las mínimas faltas de respeto ante ella y el que yo en esos momentos la estuviste ignorando era una terrible falta —. Levántese y a dirección
.
—¿Qué? — resoplé.

—Ya me oyó. 

—Necesito aprobar su materia, por favor. Las nacionales se acercan y si no apruebo, el entrenador no me dejará jugar.

—Ya me oyó. —repitió entretanto se quitaba el flequillo canoso de los ojos.

—¡Eso no es justo!—exclamó Anna ante las palabras de la profesora.

—¿Quiere ir a detención usted también, señorita Ross?

—No, pero… —antes de que siga hablando la interrumpí con solo una mirada.

«Vaya manera de comenzar el día». Bufé ante ese pensamiento mientras volvía a colocar los libros dentro de mi mochila. Me dirigí a la salida, directo a detención. Los pasillos se encontraban vacíos.
Fruncí el ceño cuando cerré la puerta del aula detrás de mí y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Un amplio pasillo se extendía ante mis ojos y a lo lejos, una silueta desaparecía por la entrada de Secretaría justo al lado de Dirección.

Caminé hacia allí y una sensación extraña me hizo aminorar el paso cuando pasé frente a la Secretaría. Una voz gutural llamó mi atención, intenté agudizar el oído para captar al dueño de aquella cautivante voz. Sin embargo, la única voz chillona que se oía era la de la Señora Brennan, la Secretaria de Admisiones. Segundos más tarde me despegué de aquella puerta cuando el picaporte giró para abrirla. Luego de dos segundos me encontraba cerrando la puerta de Dirección, con el corazón apunto de salirse de mi cuerpo. Giré de inmediato cuando detrás de mí el director Richard aclaró su garganta.

El director Richard era un hombre de edad avanzada pero no tanto como para el retiro. Las blancas nieves en su cabeza estaban en perfecta sintonía con su barba blanquecina. Una pipa descansaba encima de su escritorio. Su traje verde oscuro era perfectamente de su talla, era alguien meticuloso a la hora de vestirse y eso se notaba a leguas.

—¿Qué haces aquí, Madison?  —cuestionó, sorprendido. —Eres de las mejores alumnas de la institución, no deberías estar en detención.

—Creo que eso debería decírselo a la profesora Carter, director —me encogí de hombros —, Aunque esta vez es mi culpa —confesé —. Solo déjeme firmar el acta y me iré de aquí.

—Hagamos de cuenta que en verdad lo has hecho y te acompañaré a clases.

—Pero, la profesora Carter ha dicho…

—Tengo más autoridad que ella y puede que mis métodos de persuasión podrían servir para que puedas realizar el examen.

Agradecía el gesto repentino del Director, en verdad necesitaba realizar ese examen. Al salir de Dirección la puerta de Secretaría se encontraba entreabierta, intenté ver de refilón a la silueta de cabello rubio que se encontraba frente a la Secretaria de Admisiones. Otra vez esa sensación, nuevamente aquel pensamiento…
¿Cómo había llegado a casa? No había ni una sola pista. Nada.

Al entrar al aula, el director me acompañó hacia mi asiento y luego de cruzar un par de palabras con la profesora Carter,  se marchó de allí. «Creo que te ganaste una enemiga, Madison». Fue lo primero que se me vino a la mente cuando aquella mirada fulminante se fijó en mis ojos. Desvié la mirada por puro instinto y comencé a responder el examen. Me detuve en el punto 5, donde aquella pregunta me devolvió aquel aroma, aquel vago recuerdo: ¿Cómo saber si estamos en la noche oscura del alma? De allí surgió la necesidad imperiosa de volver a ese momento. Cerré los ojos con fuerza y mi habitación en penumbra vino a mi mente, mi piel se heló en las partes donde mi cuerpo hizo contacto con el suyo, ¿por qué no podía ver su rostro?
Abrí los ojos ante los murmullos de mis compañeros y ne giré hacia a Anna cuando oí su voz.

—Pero, ¿Quién. Es. Él? —la rubia entrecorto las palabras mientras contemplaba fijamente hacia al frente, mientras su pluma se mantenía clavada sobre la hoja del examen.

Observé a mi alrededor y un escalofrío inmediato me recorrió el cuerpo cuando mi vista chocó con la suya.

Desvío la mirada al momento que la Profesora Carter le firmó un papel y le entregó un libro. Podía observar como sus bocas se movían al hablar pero no lograba entender lo que decían, luego la vi negar con la cabeza y le entregó la hoja con las preguntas del examen. Avanzó por el pasillo dirigiéndose a la única mesa sin acompañante. Me encontraba a mitad del pasillo junto a la única silla vacante.

Su piel pálida podía hacer una perfecta competencia con la mía, sus ojos oscuros penetraron los míos con intensidad imponente y nuevamente aquella sensación se instaló en mi pecho.

Me puse rígida en la silla cuando apoyó el libro en la mesa y se sentó, ¿por qué me sentía tan nerviosa?

—Dylan hará el examen al igual que ustedes. —la voz de la profesora Carter me quitó del trance.

Desvié la mirada lentamente de mi hoja, de inmediato dejó de escribir y giró hacia a mí. No podía entender como tenía ese aire tan intimidante, porque sabía que mi curiosidad iba mas allá de su altura y cuerpo fuerte antinatural, había algo más en ese chico de cabello rubio oscuro que encendía la curiosidad dentro de mí. Sus ojos, fijos y penetrantes se posaron en los míos.

—Hola, soy Dylan. —murmuró al acercarse a mí. Sus ojos tenían algo que no podía procesar realmente que era, su sonrisa… aquel gesto altivo, en ese mismo instante que la comisura de su labio se elevó para formar una media sonrisa, me paralizó.

«¿Qué ocurre, Madison? Habla, di algo».

No entendía que ocurría conmigo, nunca me había costado hablar con un chico. Jamás. Me limité a asentir lentamente y ante mi accionar volvió a sonreír, pero no era una sonrisa con la que estaba acostumbrada a lidiar, no era una sonrisa amigable como la de los jóvenes del Pueblo; esa era una sonrisa perversa con un toque de diversión. Una sonrisa que me demostraba lo manipulador que podía llegar a ser.

ENTRE DAGAS Y COLMILLOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora