Capítulo 2.1: entre lazos y el deber

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En el segundo piso del castillo, el hijo mayor del Duque, Theodor, perdía de vista a los guardias que le escoltaban.

—¡Lord Theodor, espere! —exclamó uno de los soldados.

Pero ya era tarde, el peli castaño de cabello recogido y casaca dorada se alejó entre el gentío de extravagantes nobles, los cuales huían por el fondo del gran y fausto salón; iluminado por varias lámparas colgantes de bronce y cristal.

Tuvo que dejarlo ir por repeler una espada y empujar con su escudo, para después atravesar al enemigo con su lanza. Avistó que, los intrusos, cuyos rostros en la parte inferior estaban ocultos con pañoletas negras, lograron darle flechazos a dos de sus compañeros en la cabeza y una hacha voló hasta impactarle a otro en un brazo. El soldado de la lanza tensó la mandíbula.

—¡Dos de ustedes, vayan tras él! —dijo uno mientras perforaba el cuello de un intruso—. ¡Los demás, quédense resguardando a los invitados!

—¡Entendido! —afirmó otro soldado que antes de irse junto a su otro compañero, aturdió a un rival con el escudo y le rebanó los brazos con la espada.

—¡Arcabuceros, fuego! —exclamó un guardia del frente a los demás. 

Los soldados que estaban en la retaguardia apuntaron al instante sus armas: dando un último soplido a la mecha en llamas, soltaron el seguro y dispararon al unísono.

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Los intrusos habían entrado por incontables lugares, pero su entrada triunfal fue en el salón: rompiendo los ventanales e ingresando con ayuda de cuerdas ancladas desde el techo.

Theodor caminaba rápido aprovechando cada grupo de personas. Gracias a su altura, no le fue tan fácil ocultarse y evitar ser detectado por el enemigo, sin embargo, hizo de las suyas para ser escurridizo y escapar del peligro. Hubo un instante donde se ocultó tras una pared y espió a algunos sujetos que, con lámparas de aceite robadas de las paredes, apuraban a otros hombres con grilletes rotos en sus extremidades: eran los soldados esclavizados de Vaarles.

—¡Muévanse rápido! —masculló uno de los infiltrados. 

Theodor no quiso ver más de ello; arrugó el rostro y se alejó del lugar.

En un momento, cuando estuvo cerca de una ventana larga y rota, medio notó que, en los pisos superiores, varios enemigos montados en lo que parecían ser hipogrifos trataban de ser repelidos con cañones. Las bestias del tamaño de grandes caballos, de pelaje y plumas oscuras cabalgaban el cielo en un ascenso rápido; para después dejar caer algo de sus garras delanteras: explosiones se sintieron en un costado del castillo luego de eso.

 Las bestias del tamaño de grandes caballos, de pelaje y plumas oscuras cabalgaban el cielo en un ascenso rápido; para después dejar caer algo de sus garras delanteras: explosiones se sintieron en un costado del castillo luego de eso

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Theodor se cubrió, y agitado, prefirió huir de inmediato.

Ya en la parte interna, y cuando llegó al borde de a unas escaleras en forma de caracol que daban a parar a la primera planta de la fortaleza, fue alcanzado por los dos guardias. Uno de ellos portaba un arcabuz listo para ser usado.

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