A varios kilómetros, en las altas colinas en el exterior de la ciudadela, dos carretas encapotadas detuvieron sus caballos. Uno de los cuatro escoltas le hizo señas a sus hombres y a los cocheros de que aguardaran.
De la primera carreta se bajó desesperado un hombre encapuchado que sostenía una lámpara portable. Cuando vio a la distancia su pueblo en llamas se descubrió la cabeza, sin aliento, aquello le hizo pasar saliva. El hombre, cuya apariencia era casi idéntica a Erold salvo por los ojos verdes y la barba, se agarró la frente sin poder creer lo que veía.
—Por Elett... —dijo con voz quebradiza. Balanceó de un lado a otro su cuerpo, aterrado—. Mi familia, tengo que saber cómo están.
Uno de sus escoltas, al ver que su señor empezaba a caminar directo hacia los caballos más cercanos, se le adelantó al instante:
—Lord Jonald, no es seguro que vaya en estos momentos —dijo y lo retuvo por el hombro.
—¡No me importa!, debo ver a mi familia. —Manoteó en dirección a su hogar—. Si quieren acompañarme, ¡bien! Si no, no interfieran en mi camino.
Le dijo muy cerca de su rostro y se zafó de su agarre. El escolta asintió con la cabeza.
—Entonces, lo acompañaremos a donde quiera que vaya, mi Lord.
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Garthonia era un desastre a estas alturas, el humo se elevaba con todo y ascuas. Parecía que los aliados del reino de Vaarles habían logrado su objetivo.
Erold estaba arrodillado en medio de la plaza. Con la cabeza agachada, jadeaba tratando de controlar el mareo y la fatiga; su brazo se hallaba tan ensangrentado al igual que su pantalón blanco, pues tenía dos cortes poco profundos en los muslos. Erold temblaba y trataba de mantenerse erguido. Su espada yacía tirada a centímetros de él.
Al alzar el rostro volvió a ver al enmascarado, y frustrado, masculló arrastrando las palabras:
—¿Ya está..., satisfecho?
—¿Satisfecho? —se preguntó el chamán y agarró uno de los tótems que le colgaban—. Ya le dije, Yo no hice nada. Fue la Arkamia: "la energía que proyectas al universo es la que retorna a ti".
El hombre extendió el brazo, enfatizando todo el caos, y las pocas personas que se escabullían en las inmediaciones huyeron lejos del lugar.
Erold echó para atrás el rostro, turbado por lo que había escuchado.
¿La Arkamia? Sabía que había obrado mal en la guerra, pero él era de esas personas que no creían por completo en la magia kármica, hasta ahora. Además, si la Arkamia obraba de esa manera, ¿qué pasaba entonces con todo el mal que estos mercenarios habían hecho? El joven no le encontraba lógica.
Mientras Erold estaba analizando la situación, el chamán volvió a tocar un medallón y su espada se fragmentó, para luego volverse una daga envainada en su cinturón. El sujeto siguió hablando:
—No debió salir solo, nos facilitó el trabajo de encontrarlo —le dijo —. El rey Bírvius no olvidó el asesinato del príncipe a manos suyas, es...
Erold aprovechó su parloteo: intentó estirar una mano para agarrar su espada, pero su enemigo entendió sus intenciones y la pateó lejos de su alcance. El soldado vio cómo su última oportunidad se había esfumado. ¿Qué haría? Negó con la cabeza varias veces por la mera impotencia y jadeó una corta risa que le hizo toser.
—No es..., su guerra. No es de Vaarles, miserable hijo de...
—No entiende nada, ¿verdad? Subteniente Erold Brightmoor.
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Arkamia
FantasíaEn este mundo, donde tener un grifo es sinónimo de estatus y poder, la aristocracia hace lo que sea para obtenerlos cual trofeos. Y por tal motivo, las tensiones entre reinos florecen cada vez más. El tráfico de seres mitológicos y esclavos humanos...