Markna había llegado con racimos de hojas frescas y musgos en su pico y pata para mantener su guarida cómoda y libre de parásitos; hoy se iba a encargar de limpiar y renovar su hogar, como acostumbraba a hacer luego del nacimiento de cada cría. Ella en los dos días anteriores se había ausentado tiempos cortos para poder alimentarse sin perturbar a Effrid, entre otros asuntos de la manada. Pero este día, al fin había podido salir en busca de materiales nuevos para el nido.
Cuando ella entró, lo que encontró fue a dos cachorros; uno junto al otro. La sorpresa fue evidente en su mirada y en su corona de plumas erizada.
Dejó las cosas a un lado, y después se fue acercando a sus cachorros.
Effrid se sintió analizado como en aquellos días donde era apenas un cadete y su jefe al mando los escudriñaba; tragó saliva, no sabía por qué sentía nervios. Al Markna estar a centímetros de sus hijos, ella resopló con amabilidad y arrimó su rostro para frotar su mejilla con la de Effrid.
—He vuelto, pequeño Effrid. Espero no haber demorado.
Effrid parpadeó varias veces, sorprendido. Markna se alejó luego para centrarse en el recién nacido; lo vio de costado y luego saludó:
—Bienvenido, chiquillo inesperado —le susurró jocosa, pero había algo de angustia en sus ojos y eso Effrid lo percibió al verla de costado.
«No suena para nada a como lo fue conmigo... ¿Será que hay algo malo con mi... hermano? O peor, ¿puede que Huevo sea mi sustituto de emergencia por si algo sale mal?», pensó él y una oreja se le agitó cuando ladeó el rostro.
Markna se acurrucó alrededor de sus cachorros. Pensó en que la remodelación tendría que esperar un rato más, primero estaban sus crías. Recordó la densa conversación que tuvo con la manada y agachó la orejas. Sintió que el segundo pequeño ya se alimentaba. Mientras ella estaba ensimismada, Effrid solo se quedó observando a su madre sin que ella se percatase.
«¿Qué le ocurre? Como sea, debe de ser algo serio», pensó él.
Markna al fin se percató de su mirada e hizo un gesto amable con un dulce gorjeo.
—Effrid, ven, come. También debes de estar hambriento —le dijo y con la frente le dio un leve empujoncito para acercarlo a su abdomen.
Él no hizo más que verle, se sentía extraño por su nueva familia, ahora ellos le estaban preocupando y eso le acongojaba, aunque no quisiese admitirlo. Exhaló aire por la narinas y sin más, acompañó a su hermano.
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Una semana pasó en un parpadeo. Effrid había ganado bastante peso y los finos plumones de su parte superior eran más evidentes.
Empezó a tener pesadillas de esa fatídica noche, mezclado con el desasosiego de no saber sobre sus seres queridos. Markna trataba de consolarlo cuando le sentía levantarse asustado al lado de su hermano; el menor se acurrucó más en él para reconfortarlo. A pesar de eso, Effrid añoraba su antigua familia y a su prometida.
Con mayor razón, y sin más que hacer que solo ver a su hermano jugar con la cola de Markna o solo con ramas o graznarle a los escarabajos blancos desde lo lejos, Effrid pasó aquellos días comiendo con mucho empeño; algo que le sorprendió a Markna, aunque por dentro le llenó de alivio, porque sin importar las pesadillas, veía que su hijo estaba más saludable y enérgico. Le tomó a ella dos días decidir el dejar de amamantarlos y pasar a traerles carne fresca.
Effrid rememoró aquello mientras se empeñaba en su nueva rutina de flexiones y aleteos, trabajaba lo más que podía en acostumbrarse a todos esos músculos nuevos y desconocidos para él.
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Arkamia
FantasiEn este mundo, donde tener un grifo es sinónimo de estatus y poder, la aristocracia hace lo que sea para obtenerlos cual trofeos. Y por tal motivo, las tensiones entre reinos florecen cada vez más. El tráfico de seres mitológicos y esclavos humanos...