En esa mañana, Effrid se encontraba junto al huevo, solo.
«Ya han pasado cuatro horrendos días...», pensó y respiró ansioso, viendo a la nada; «Elett, ¿cuánto más? ¿Qué pasó con mi familia?», se preguntaba.
Él, para ese entonces, había ganado peso y tenía una fina capa de pelusa cubriendo la parte superior de su cuerpo. No obstante, aún era un frágil cachorro que apenas y podía caminar.
«¿Por qué yo? ¿Por qué un grifo? De todas las malditas bestias que existen», pensaba sin parar, ahora con la vista en las patas. Su pecho se inflaba con rudeza cada vez que respiraba de lo frustrado que estaba.
«A estas alturas estaría casado y feliz de la vida con Crissa, visitaría a mi familia contantemente. Tendría mi herencia y el puesto que me ofreció el Duque ¡Maldita sea! Lo iba a tener todo... Solo quería una vida tranquila, no convertirme en... ¡En esto!», reflexionó y graznó fuerte.
Tembloroso, alzó y estampilló una patita en el suelo, con las orejas hacia atrás y la cola agitada por el enojo. Recordó aquel instante cuando escuchó por primera vez a esa grifa que decía ser su madre, sacudió la cabeza y sus ojos se aguaron.
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"—Bienvenido al mundo, Effrid —susurró con dulzura—. Ya estás a salvo, tu madre está aquí.
«¿Madre...? ¿A quién se refiere? ¡Por Elett! ¿Qué son estos chillidos? Por qué huele similar a...», pensó él y se interrumpió en el acto, no emitió ruido alguno.
No fue sino en ese instante, que por alguna razón las memorias de alguien más invadieron su mente; como si se tratase de otra parte poderosa de su consciencia. Vinieron a él la sensación de un lugar cálido y seguro, también, un par de voces; entre estas la del ser que ahora estaba a su lado ¿Por qué ahora se sentía tan consolado al pensar en esa femenina voz? No era Marien, la única madre que conocía. Eso lo preocupó más.
Desconcertado y hambriento. Incapaz de comprender su situación, abrió su pico y chilló de nuevo.
—Tranquilo —ella le aseguró jocosa y frotó la mejilla en él—. Prometo que crecerás grande y fuerte, mi pequeño inquieto".
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Effrid inhaló aire y resopló profundo. Si pudiera llevar sus alitas hacia su rostro, ya lo hubiera hecho. Quería olvidar las tortuosas veces en que fue amamantado de la forma en que solo el instinto animal podía haber ayudado: gracias a una lengua muy flexible como un sorbete, la cual recogía la leche exudada de las glándulas en el abdomen de su madre.
Comía a la fuerza, porque su «otro yo» lo obligaba a hacerlo, aquel dueño de ese instinto al cual no podía resistirse por más que lo desease.
Si a algo le recordaba a Erold esta forma tan inusual de alimentarse, eran las historias que le contaba su padre, Jonald, acerca de los ornitorrincos: criaturas tan extrañas de un viejo continente, que ponían huevos y amamantaban a sus crías. Jonald le comentó que, los ornitorrincos debieron ser creados junto a los grifos por la mismísima Elett; para llenar al mundo con la belleza y rareza de estas criaturas.
Effrid razonó en ese entonces: era comer o morirse de hambre. No, él no podía permitirse morir aquí; le urgía regresar a su antigua vida, necesitaba respuestas. Markna, por su lado, se encontró extrañada por la misteriosa conducta de su cachorro; le brindaba su compañía y jugaba con él con intenciones de animarlo, pero Effrid nunca le correspondió. Ella se preguntó si ese carácter serio lo había heredado de Atlios.
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Arkamia
FantasyEn este mundo, donde tener un grifo es sinónimo de estatus y poder, la aristocracia hace lo que sea para obtenerlos cual trofeos. Y por tal motivo, las tensiones entre reinos florecen cada vez más. El tráfico de seres mitológicos y esclavos humanos...