Capítulo 6: decisiones que pesan

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Effrid había crecido hasta ser del tamaño de un perro mediano; siendo ahora más largo y delgado, y aún seguía cual copo de nieve. Se encontraba cerca de una gran rama lateral en la base del nido, usando una garra para marcar una deforme raya sobre esta. Tenía una oreja girada hacia la salida; pues Atlios, su padre, volvería a entrar en cualquier momento.

«Bien, con esa ya son treinta días», se dijo y con el ceño fruncido apreció todas las rayas paralelas y canceladas con otras diagonales que hasta este momento había dejado.

Se acordó de los cuestionamientos de sus padres grifos cuando hizo la quinta, pero él no dijo ni una sola palabra.

Effrid sintió que algo lo tocó por atrás y se giró a ver: era su hermano. Ya casi le alcanzaba en peso y altura, en la parte superior se apreciaban esponjosas y finas plumas blanquecinas, y en su parte felina; el pelaje gris con rosetas similares a los leopardos empezaba a ser visible.

—Lohim, ¿qué ocurre? —murmuró con voz aniñada.

—Hermano, ¿por qué sigues ha...?

—¡Sssh! —Le puso al instante la punta del ala en el pico para luego murmurarle—: ya te dije, cuento mis días para salir de este lugar.

Le dijo sin dejar de analizar el área con su vista y orejas para ver si alguien se acercaba. Al notar que Lohim asintió y se quedó en silencio con los ojos azabaches bien abiertos, Effrid resopló por las narinas y se apartó con un semblante agotado.

—Lo siento. Es nuestro secreto, no lo olvides —Effrid murmuró antes de regresar al centro del nido para recostarse y se hizo ovillo mirando hacia la salida.

Lohim ladeó su rostro con una oreja caída y otra al frente, tratando de comprender a su hermano. Effrid soltó aire con fuerza por las narinas; en sus ojos mieles se revelaba la angustia que sentía.

«¿Cómo estarán ahora? ¿Siguen con vida?», pensó y agachó la vista, acurrucándose con su cola.

De repente, sintió que algo lo volvió a tocar por atrás. Una oreja reaccionó; se volteó con cansancio y notó que Lohim se había sentado a su lado cual cachorro.

—¿Qué te sucede ahora?

—Hermano..., tengo hambre.

Effrid alzó una oreja con un gesto sorprendido y parpadeó varias veces, pero luego entornó los ojos con fatiga.

—Madre nos dio de comer antes de irse esta mañana —le respondió.

—Sí, pero tengo más hambre.

Lohim agachó más las orejas y con la patita empuñada le dio pequeños zarandeos. Effrid echó hacia atrás las orejas, al rolar los ojos aspiró y dejó salir aire por las narinas de forma profunda.

—Sé paciente, padre no demora en volver. Haz otra cosa mientras, no sé, junta ramitas, cuenta las moscas o acicálate las plumas.

Effrid con un ala le dio palmaditas en la cabeza; un gesto que siempre dejaba tanto confundido como maravillado a Lohim; pues no era algo natural en los grifos.

«Carajo, lo sigo haciendo...», pensó Effrid avergonzado y se apartó en el acto.

Con las orejas gachas hizo como si carraspeara la garganta y se giró para evadir todo contacto visual, mientras que Lohim se quedó pensando con el rostro ladeado y luego lo agachó con desánimo. Su cola se meneaba apenas al tiempo que meditaba lo que había escuchado.

¿Qué haría? No había escarabajos que graznar, las ramas le aburrían, contar moscas era tedioso y ya se había acicalado lo suficiente tal y como les había enseñado su madre.

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