Capítulo 7: Lo que fue y lo que será

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Noroeste de Sqania, Natrilham

Esa misma mañana, en el opulento anillo interior de la ciudad amurallada, se erguía el gran castillo de tonos índigos y techos puntiagudos de color rojizo; que dentro de sus muros, existía otro jardín donde se alzaba un enorme y ornamentado aviario bañado en oro: casi tan grande como aquella fortaleza resguardada por decenas de soldados y cañones.

Al suntuoso salón del trono real con banderas colgantes de grifos coronados en dos patas, habían llegado dos hombres. Frente a ellos yacía sentado el rey de Sqania, junto a él su reina; castaña y de ojos grises, esta acariciaba en su regazo a una grifo albina de la especie de Lynu que dormitaba meneando la cola.

A los costados de los reyes, dos jóvenes príncipes sentados; un niño peli castaño y el mayor pelirrojo, ambos de ojos claros. También, en los extremos los custodiaban soldados con lustrosos petos azulados y yelmos con penachos teñidos de índigo.

Tanto el rey, la reina, y su hijo mayor portaban los anillos domadores de bestias en sus manos.

Aquel rey de mediana edad y tupida barba se acomodó la corona que reposaba sobre su melena rojiza mientras que sus ojos verdes escudriñaban a los recién llegados. Con una mano le incitó al vocero a que hablase.

—¡Su Majestades, Príncipes!, ¡ante su presencia: lord Giornel Timottie Terandi; Duque de Garthonia y el obispo Darist Noggarat!

El Duque, vistiendo su típico uniforme militar con banda terciada para eventos especiales, hizo una corta reverencia y se apoyó con firmeza en su bastón; denotando así un porte elegante. El canoso obispo de túnicas verdes con ornamentos blancos fue el que habló primero:

—Majestades; rey Willarth, reina Merina. Príncipes; les deseo que Elett les sonría a todos en esta grata mañana —dijo con solemnidad y con las manos entrelazadas en el pecho les reverenció.

—Que Elett les sonría, estimados míos —expresó el rey y asintió con la cabeza, para luego concentrarse en el Duque—. Estoy al tanto de lo ocurrido; mis más sinceras condolencias, primo Giornel.

El Duque asintió varias veces con un atisbo de frustración. El rey carraspeó y prosiguió.

—Me decían entonces en su carta, ¿que Garthonia requiere de mi financiación para promover su pronta reconstrucción y defensa?

—Así es. Como leyó, dejaron en crisis mi ducado; fue un ataque de la más baja calaña y una clara ofensa tanto a nuestra gente, como a la mismísima Elett —dijo y bajó la mirada tensando la mandíbula, empuñó una mano para después verle a los ojos y seguir—. Por eso, solicito de su ayuda, rey Willarth.

El rey enarcó una ceja y posó su atención en el obispo.

—Obispo Darist, dicen por los lares que usted y sus séquitos no estaban esa noche, ¿es cierto eso? Que el brazo de Elett deje desprotegido a su pueblo en pleno asedio es..., curioso.

El obispo parpadeó varias veces e intercambió miradas con el Duque, este último le hizo un gesto con la cabeza para que hablara. El obispo tragó saliva, regresó su atención al rey y al fin habló:

—Es verdad, Su Majestad ¡Pero nuestra lealtad a Sqania es incorruptible! —se excusó extendiendo una mano y llevando la otra al pecho—: verá, ese día viajamos para brindar ofrendas a la tierra de Elett que usted nos dio a custodiar, y por la distancia se nos hizo tarde como para regresar. Pero tenga por sentado, que si hubiésemos estado presentes esa noche...

—Suficiente —interrumpió el rey.

El obispo asintió varias veces y guardó silencio con el rostro agachado.

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