Prólogo

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—Quiero que terminemos, Satoru

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—Quiero que terminemos, Satoru.

Fue una oración precisa y sumamente directa. Tanto que tuvo que masticar con mayor rapidez, y pasar el bocado de golpe para lograr formular una respuesta coherente.

Su pecho recibió una sacudida rápida, como quien recibe una noticia bastante inesperada, y no tiene tiempo siquiera de reaccionar como era debido. Lo dejó estupefacto.

—¿Cómo fue que dijiste? —tal vez lo escuchó mal, producto de haber bebido de golpe de su malteada de fresa, y devorar una cucharada grande de su pastel.

Pudiera ser que se tratase de un error.

Pero en realidad, si pudo oírlo con claridad. Sólo que una petición de ese calibre... una que ni en sus peores pesadillas se creía capaz de maquinar.

Se sentía tan perdido, y no entendía bien lo que estaba sucediendo.

La urgencia que manifestó su querido novio por verse lo desconcertó por unos momentos, no podía negarlo.

No obstante; lo dejó pasar a primeras, he intuyó que todo era a causa del trabajo, y los estudios. Su pobre chico tenía tantos deberes encima, que apenas podía tomarse un respiro, y dedicar tiempo de calidad para si mismo y su relación.

Él merecía un descanso. Por eso dejó que las horas pasaran.

Por eso fue paciente, tanto como para esperar por él, justo en el aquel restaurante que ambos solían frecuentar para celebrar sus fechas importantes, o sólo cuando deseaban pasar un momento de tranquilidad.

Todo con tal de no recibir miradas despectivas, o comentarios desagradables.

Era su lugar de confort. Por eso podían disfrutar de ese espacio con la total seguridad de que no serían echados como en otros establecimientos.

Era su lugar especial. Sólo para él y para Itadori.

Aquel día en concreto, no tenían nada relevante que festejar. Pero Yūji le había pedido con urgencia que deseaba hablar con él, haciendo énfasis en que necesitaba fuera en ese lugar en específico.

Y con eso comprendió que era importante.

Se vistió para la ocasión, y se presentó en el lugar de su cita con un atuendo elegante y prolijo. Con sus mechones blancos peinados levemente hacía atrás, y reluciendo una pequeña sonrisa en sus mejillas.

Siempre quería verse presentable para él. Y cuando lo vió cruzar por el umbral de la puerta, la dicha lo embargó, a tal punto, que fue inevitable no levantarse de su asiento, y quedarse de pie en la espera de que llegara hasta su mesa.

Se miraba tan radiante como todos los días, tan atractivo que era inevitable el no querer saltar hacía sus brazos, y cubrirlo de halagos y besos.

Se contuvo de tomarlo con fuerza por la cintura, y mejor le dedicó una sonrisa que reflejaba todo su gozo.

𝐌𝐚𝐢𝐬 𝐣𝐞 𝐭'𝐚𝐢𝐦𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora