Capítulo 05

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- S-su majestad, ¿me permitiría hacerle una pregunta?- dijo la chica mientras bajaba la cabeza.

- Claro, dime, que pasa.

- ¿Por qué motivo no dejo que me encerraran en el calabozo?- pregunto la muchacha un poco extrañaba.

- Ouh, era eso, es que pues tu rostro me resulto muy familiar,  además, se que te la pasarías muy mal ahí encerrada, te sacarían en unos días, saldrías muy débil o lastimada, y no fue para tanto.

- Pero lastime a su hermano, a un integrante de la realeza, esa es razón suficiente, no cree?.

- La verdad no, el es un tanto exagerado, además, ni siquiera lo hiciste a propósito, ¿verdad?.

- C-claro que no, lo que menos quiero ahora es ser echada del palacio.

-No te preocupes, nadie te echará, ahora si me disculpas, tengo asuntos pendientes; por favor, ten cuidado, y, espero luego me puedas decir como te hiciste aquel golpe en la cara.

-O-ouh...

-O-ouh

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- Hemos terminado de curar al príncipe, su majestad.

- Perfecto, pueden retirarse.

Mientras las sirvientas se retiraban, la reina entró angustiada a ver si su adorado hijo se encontró aliviado:

- Mi niño, ¿aún sientes dolor?, ¿quieres algo más?.

-Por Dios madre, no lo trates como si hubiera perdido un brazo o una pierna, solo le cayo algo de sopa caliente, no es grave- dijo Ismael ya cansado del actuar de su madre.

- ¡Como que no es grave, mi hijo no merece ser herido por una simple sirvienta!- respondió la reina mientras su cuerpo emanaba una furia indescriptible.

- Ufff, sin duda tuve suerte de que no me quedara ninguna cicatriz.

- Vamos Carlos, no seas trágico.

- Silencio los dos, ahora debo pensar una manera de castigar a esa estúpida sirvienta.

-Madre, ya cálmate, fue un accidente, esa chica no lo hizo a propósito- dijo su segundo hijo tratando de calmarla.

-De todos modos, merece un castigo; y ya se cual será.


Las horas pasaron y Hunter no pudo sacarse de la cabeza a esa muchacha, ¿por qué motivo sospechaba conocer a esa chica?, ¿era algo normal?, no lo entendía, pensaba que solo se había quedado pegado por la larga charla que tuvieron, así que procuro no sobre pensar todo; esa misma tarde había planeado escapar al pueblo, sin duda amaba ir a ese lugar, a pesar de que no podía mostrar su rostro, podía sentirse una persona normal, libre de cualquier tipo de presión.

- Majestad, su madre fue a visitar a Lady Sabrina, su padre se encuentra en su estudio, y sus hermanos, dijeron que se ausentarían del palacio unas horas, si me lo permite, creo que es el momento.

- Gracias por el aviso, espérenme en la entrada, iré pronto.

-Como usted ordene majestad, permiso.

-(Ufff, sin duda necesito ir al pueblo, me urge distraer mi mente; espero que el hombre tenga los libros que le solicite, los escritos son sin duda profundos, y ni que decir de sus ilustraciones, es sorprendente que ninguno de los libros hayan sido sacados a la venta de manera oficial, el caballero que los haya escrito sin duda esta perdiendo mucho dinero).

El pecoso siguió caminando por el gran pasillo del palacio, pensando y mirando todas las pinturas que en el se encontraban, recordó con nostalgia como las lecciones de artes siempre fueron las más complicadas para él, pero lejos de todo, era divertido llevarlas con compañía, y sin duda extrañaba aquellas épocas, pero no por lo molesto que era "competir" con sus hermanos por la aprobación de sus padres, sino por lo bien que se la pasaba compartiendo con niños iguales a él.

-Majestad, ¿esta listo?.

-Solo, hazlo ya, odio ese maldito polvo- contesto Hunter con mala cara; amaba salir, pero siempre tenía que hacer un pequeño sacrificio. 

Su condición de príncipe no era algo fácil de ocultar, por obvias razones, todo el reino lo conocía, si algún plebeyo se enteraba que un miembro de la familia real se disfrazaba de pueblerino para poder ir al pueblo, sería una total deshonra para él, para sus padres y hermanos, no lo permitirían, posiblemente sería desterrado; cada vez que iba al pueblo, usaba un hechizo para no ser reconocido por nadie, era un conjuro muy simple, solo vertía un poco del polvo mágico en su rostro y nadie sería capaz de identificarlo, ni la persona más cercana a él, y aunque ese maldito polvo causaba mucha picazón, era un precio muy justo por salir del palacio sin causar problemas; por suerte siempre contaba con el apoyo de un grupo de guardias, a quienes les pagaba por ayudar.

Su condición de príncipe no era algo fácil de ocultar, por obvias razones, todo el reino lo conocía, si algún plebeyo se enteraba que un miembro de la familia real se disfrazaba de pueblerino para poder ir al pueblo, sería una total deshonra para ...

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