Capítulo III

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La esperanza infundada había logrado hacer que los más débiles no se rindieran, que los fuertes llevasen a cuesta lo que quedaba y que Binghe se sintiera todavía más bendecido.

Sin embargo, venían huyendo, habían perdido no solo su hogar, sino que muchos perdieron a sus familias: hombres, mujeres, pequeños hijos. Cuando llegaron a un asentamiento temporal dentro de una cueva, se escucharon suspiros de alivio, pero de igual manera llegaron los llantos de tristeza y soledad. Los que todavía tenían fuerzas se dispusieron a ayudar a los débiles, acobijaron a los ancianos y consolaron a los niños.

La madre de Binghe, meneaba quedamente una olla con varios ingredientes dentro, los que alcanzó a salvar del huerto de su hijo.

Miró hacía afuera, la temperatura había descendido varios grados y muchos se habían colocado todo lo que les quedaba encima para poder guardar el calor. Pero, lejos del consuelo que quedaba de la aldea, Binghe seguía moviendo sus piernas al correr tras la grulla que se movía grácil en el aire.

Alejándose lo suficiente de todos, vio como descendía en movimientos circulares. Había que cruzar todavía árboles desprovistos de hojas, pero Binghe no perdió de vista al ave que se posó sobre una roca. Extendió las alas y abriendo el pico sin hacer un solo ruido se iluminó en una gran luz dorada silenciosa. El chico tuvo que cubrirse un poco debido al destello, pero cuando pudo soportar el ser encandilado notó la silueta que se desdibujaba.

El cabello negro como la tinta se alzó con una corona plateada, revoloteó la tela verde sus ropajes y vio el cuello cerrado del hombre que pulcramente estaba vestido ante él.

Binghe sonrió con más ahínco y se inclinó:

—¡Mi señor!

Shen Qingqiu se acercó a él y lo tomó del brazo para hacerlo levantar.

—¿Todos están bien?

El joven, aunque sonreía dijo con voz respetuosa.

—Hemos perdido todo, pero gracias a usted, hemos obtenido un día más de vida. Muchas gracias.

No era suficiente, un día más no les garantizaba una vida normal. Shen Qingqiu miró a sus alrededores, la tierra estaba quemada, los árboles estaban desnudos de sus hojas y el río que habían dejado atrás ya mostraba signos de estarse congelando. Era solo el inicio del invierno, sería preocupante. Shen miró al joven de nuevo, para él era como si solo hubiesen pasado un par de días desde la primera vez que lo conoció, sin embargo, había pasado un año completo y para un joven como Binghe eso significaba mucho tiempo. Había crecido, su piel se había tornado más morena y los ojos llenos de estrellas continuaban brillando en el manto oscuro de su iris.

"Definitivamente, mi discípulo será muy apuesto" Pensó dentro de sí.

—Binghe, no has olvidado el trato al que llegamos ¿verdad?

Binghe se sonrojó extremadamente.

—No mi señor, jamás lo olvidaría, mi madre está mejor que antes de su enfermedad, ¿cómo podría?

Tomó una bocanada de aire, Shen Qingqiu notó sus mejillas rojas, pero pensó que se trataba del frío a su alrededor.

—Sin embargo, ahora mismo, mi aldea necesita de este humilde agricultor. Ruego a mi señor que me dé más tiempo para cumplir mi- mi- deber con usted.

El tartamudeo proveniente de la imagen que Binghe tenía por 'deber con usted' fue malinterpretado por la grulla que volvió a adjudicárselo al frío alrededor. Tras unos segundos asintió complaciente.

—Entiendo, lo que ha pasado, definitivamente retrasará eso. Así que te daré un tiempo estimado. Binghe, ¿qué edad cumples este año?

—Este humilde espera llegar a sus 17 en la próxima primavera.

La grulla y el primogénitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora