Capítulo IX

939 139 6
                                    

Los ojos color jade buscaban mirar al joven, pero no era del todo posible debido a lo que se interponía en su vista.

La tela cubría completamente su cabeza hasta casi la mitad de su pecho. Era suave y hermosa, con intrincados bordados en ella.

Era el obsequio de la madre de Luo Binghe.

Un velo de novia.

El mismo que ahora reposaba sobre él. Las voluminosas ropas sonaban en cada paso que daban, pero hasta cierto punto parecía relajante. El interior del ojo de agua estaba decorado con velas rojas, en el medio del lugar había un gran estandarte con el hanzi de "cielo" y a su lado otro con el hanzi de "tierra".

Los dos hombres vestidos de rojo se entrelazaban con un moño rojo. En silencio, se postraron ante los estandartes.

Una inclinación hacia el cielo y la tierra.

Sus frentes tocaron el frío suelo.

Una inclinación ante los padres.

Delante de los estandartes reposaba un bracerillo con varillas de incienso quemándose y en medio de ellos una tablilla funeraria reposaba y delante de esta había una taza de té que Shen Qingqiu había ofrendado como parte del ritual.

Una inclinación para los novios.

Y finalmente de frente, Luo Binghe y Shen Qingqiu se inclinaron, uniendo sus vidas y sus corazones en esta ceremonia.

El moño reposó en las faldas del lecho. Los ahora recién casados se sentaron tomados de la mano. Había una mesita a lado de Luo Binghe.

Estiró su mano y con todavía nerviosismo tomó las tijeras y el pequeño bolsillo. Esta misma mano la hundió en los cabellos azabaches de la grulla y estirando una gran cantidad de cabello tomó solo la punta y lo cortó.

El otro esposo, tomó las tijeras de su amante e hizo el mismo acto, tomando un cairel de cabello negro como la noche y estirándolo solo para tomar la parte final y recortarla.

En un hilo rojo, ambos mechones fueron unidos e introducidos en la bolsita. Luo Binghe tomó el listón que era tan largo para poder anudarlo sin problema alguno, se acercó a su esposo y lo ató a su cintura.

—Para que nunca nos separemos.

Susurró.

Shen Qingqiu sonrió y miró el objeto en su cintura. De pronto, la mano de Luo Binghe apareció por la periferia y la grulla se quedó inmóvil.

Tomó el velo y lentamente lo alzó.

Por fin ambos ojos pudieron encontrarse de frente y se sonrieron entre ellos. Sin saberlo, los dos estaban desarrollando un lenguaje sin palabras, solo la mirada era necesaria. El velo fue retirado y su faz quedó al descubierto del crepitar de las velas.

Luo Binghe suspiró complacido ante la imagen que tenía que casi no quería voltear para tomar el vino. Sirvió en pequeñas copas de pera y sin decir algo más, le dio una a su marido.

Hubo un momento de silencio e inmovilidad, se miraron, contemplaron a la persona que tenían delante de ella y se juraron en completo silencio amor eterno. La copa tocó sus labios y el vino caliente recorrió sus bocas, señalando el final de la ceremonia.

Si alguna vez le hubieran dicho a Shen Qingqiu que él poseía un hilo rojo del destino, se hubiese reído tras su abanico delante del adivino que le vaticinara semejante hecho. Pero, estando delante de este hombre, de este joven, supo que su hilo siempre había estado ahí. Nunca le había prestado la mínima atención, no sabía siquiera que existiera, pero ahí estaba, fielmente anudado y esperando a que la hebra del final llegase ante él.

La grulla y el primogénitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora