Capítulo XI

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Después de aquella noche, la atmósfera en la casita de bambú fue llenada con una combinación de frutas y dulces. Por las mañanas, el cítrico sabor de la piel que fue amada durante toda la noche, por las tardes, la dulce voz de los amantes que comparten su día en la deliciosa comida. Incluso, el huevo que antes la grulla no podía ver, por lo menos ahora se había encargado de darle un recorrido por los alrededores.

Por las mañanas, lo colocaba en una alta roca donde daba directo el sol, durante el medio día lo llevaba consigo hacia el río, lo cubría de frescas hojas y meditaba en la soledad líquida. Ya cuando anochecía volvía a ocupar su lugar a un lado de la estufa. No se podía decir que tenía un instinto paternal naciendo en él, pero al menos estaba haciendo su esfuerzo por saciar su curiosidad de saber qué cosa era aquello sin tener que mentirle o hacer alguna barbaridad a espaldas del humano.

Parecía finalmente estar llegando a una estabilidad, hasta que una mañana...

—¡Es hoy!

La grulla, que no dormía, casi suelta el pergamino en sus manos que estaba leyendo para distraerse mientras Luo Binghe dormía. El muchacho estaba con el rostro todavía pegado a la almohada y los cabellos regados.

—¿Qué día es hoy?

Preguntó.

—¡Hoy es el día veintiuno!

Ah, claro...

Sin saber por qué sintió la piel volvérsele de gallina ¿o de grulla? Enrolló con completa calma el pergamino y lo dejó en la cabecera de la cama. Sentía la obligación de estar igual de emocionado que su esposo, pero todavía no era bueno expresando aceptación por el nuevo integrante.

Había esperado que su cambio de actitud aliviara las heridas hechas, pero justo ahora, en el momento de la verdad, no podía dejar de pensar:

"No quiero ver qué saldrá de esa cosa"

Exhaló calmadamente.

—Binghe, es un huevo muy grande, puede que tome más días.

Pero no parecía escuchar algo más, se levantó del lecho, se envolvió en la túnica interior y corrió hacia la cocina. Al menos, Shen Yuan esperaba que se inspirara lo suficiente para hacer un rico desayuno.

—¡AAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!

Las sábanas salieron volando y todavía ni siquiera llegaban al suelo cuando Shen Yuan saltó y a la velocidad del rayo llegó donde estaba su amante.

—¡¿QUÉ PASA?!

Gritó y Luo Binghe, quien estaba dando saltitos junto a la estufa, señaló con su dedo índice al huevo. Al principio, Shen Yuan no veía nada pero se acercó un poco más y justamente ahí, sobre el cascaron blanco y pulcro, había una pequeña rotura.

¡Era diminuta! Más pequeña que un agujero hecho por un palillo.

—¡ESTA NACIENDO!

Los gritos de Luo Binghe estaban yendo demasiado lejos, Shen Yuan le cubrió la boca con la palma de la mano.

—Cálmate un poco, apenas es una abertura.

Pero el joven estaba sonriente a pesar de que había sido obligado a callarse. Se acercó de nuevo y miró más de cerca, inspeccionando el pequeño agujero. Nada se podía ver a través de él.

—¿Cuánto tiempo tomará para que salga?

Shen Yuan vio que Luo Binghe no estaba interesado en las actividades culinarias matutinas, así que se dispuso a llenar una tetera con agua para ponerla a calentar.

La grulla y el primogénitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora