🍁 Sangre ilegal

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Axel despertó luego de escuchar voces. Voces que le rozaron la piel y aturdieron sus sentidos. Pero no abrió los ojos de inmediato.

—Pensemos en el peor de los escenarios. Un gran tumor que debe ser extirpado.

—Basta.

—Es nuestra oportunidad para salvarle la vida, Nathan.

—Solo se descompuso porque alguien jugó con la temperatura del pasillo. Pero si quieres rebanarlo como una pizza, no me opondré.

Maldito traidor, maldijo Axel.

—El tumor amenaza con la poca estabilidad en su vida, este es el momento —sentenció la otra voz, una femenina—. O podemos dejarlo morir.

—Suena divertido, nadie lo notará.

¿Hablaban en serio? Axel se estremeció entre una confusa mezcla de horror y placer. Horror porque quisieran matarlo, placer porque de verdad quería morirse.

—No le digas a nadie de mi equivocación con la temperatura....

—Confundir Celsius y Fahrenheit es demasiado grave para una...

—Por favor, Nathan —rogó—. Te regalo a mi paciente. Su nombre es Axel Green y creo que tiene todos su órganos intactos y sanos. Puedes venderlos.

—Trato hecho —aceptó ante el horror de Axel.

Luego las voces se apagaron y Axel supo que estaba solo. Solo y postrado en una camilla del hospital. Posiblemente la de la sala de urgencias, lo que le devolvía a donde todo comenzó, ¡hurra! Tragando saliva, Axel entreabrió los ojos. Lo primero que enfocó fue el rostro precioso de un desconocido a centímetros de sus labios.

—Tienes pestañas muy largas —murmuró el que definitivamente era un alfa, su aroma le nubló la cordura hasta que reconoció su voz—. ¿Quieres agua?

Era la misma voz que aceptó vender sus órganos... Pero no lucía como un malvado villano barbudo... Por todos los demonios... Era alucinante. Axel estuvo a segundos de agarrar un cuchillo y abrir su propio tórax y darle a elegir entre su sano hígado o su frágil corazón. ¡Llévatelo todo!

Pero por fortuna entró en razón apenas se alejó un poco. ¿Qué le había preguntado? El alfa había dicho algo... Agua... Sí... ¿Quieres agua? Claro que quería, quería todo de él... No, esperen, Axel necesitaba volver en sí. Otra vez.

—No puedo aceptar bebidas de extraños. Pudiste meterle algo.

¿En serio, Axel? En la fiesta de los Hilton no pareció importarte.

—Dices... ¿Qué pude haberle metido algo para drogarte? —el alfa hizo una pausa para mirarlo—. Creo que tiene sentido. Si lo piensas, también pude haberte vendido a los rusos mientras dormías, pero como soy tan sádico, esperé a que despertaras.

Axel fue incapaz de responder, su cuerpo seguía paseando por las nubes hormonales que le rogaban restregarse contra ese alfa. Algo complemente insensato, ¿cómo podía provocarle de esa manera? Y, cambiando de tema, ¿cómo se llamaba? Había escuchado un nombre con N... Na... Nate... ¡Nathan! El alfa se aproximó con un vaso de agua y Axel se rindió. Moría de sed.

Bien, se había desmayado y su príncipe azul —¿qué dices? Ni lo conoces— lo rescató. Lo natural de los cuentos de hadas como aquel es que hubiera un entramado oscuro detrás. Imaginando que quizá lo usaron de muñeco vudú, Axel por curiosidad se miró el antebrazo. Parpadeó tres veces hasta que su estupefacción se plasmó en su rostro. Alguien le había pinchado.

—¿Qué es esto?

—Emma insistió en sacarte sangre.

Axel abrió la boca. ¿Quién era Emma? Concéntrate.

Señorito DesconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora