Quizás

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Lo espero durante semanas, ansiaba ver al pequeño niño azul entrar por esa mendiga puerta de aquel establecimiento educativo.

Era lunes y al profesor de literatura se le ocurrió la maravillosa idea de comenzar a dictar un sinfín de idioteces que no se molestó en anotar, después de todo estaba ahí para darle la paliza de su vida por haberlo humillado de esa forma.

¡La reputación que creo desde los trece años se fue a la mierda por ese idiota llorón!

Miraba el techo aburrido, tenía ganas de levantarse para irse y no volver. Un tono de llamada lo saco de ensoñación, el profesor se disculpó y atendió. Toques en su hombro izquierdo lo hizo suspirar.

— Rindou-san yo-

— Vete al carajo, zorra. — interrumpió sin mirarla, pero apostaba a que se confesaría en ese pequeño lapso de tiempo en el que el profesor hablaba por teléfono.

Pasaron unos minutos y la puerta fue abierta, dirigió su mirada aburrida antes de reconocer ese cabello extraño.

Sonrió arrogante al notar su caminar tosco y su brazo con vendas.

— Al fin. — pensó satisfecho, finalmente podía volver a escuchar esos gritos de dolor del menor.

 — pensó satisfecho, finalmente podía volver a escuchar esos gritos de dolor del menor

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Estaba hecho una furia, ¿Quién se creía que era ese enano para ignorarlo?

Primero, finge desconocerlo. Lo desafía a una batalla de mirada fijas en la cual el más bajo salió vencedor. Ahora, pasaba de largo como si no fuese nadie importante.

— ¡Me ignoro! ¿¡Entiendes eso, Ran?! — grito histérico tomando de los hombros a su hermano, quien lo veía divertido ante la rabieta.

— Deja de gritarme, tonto. — río ante la expresión molesta de su hermanito.

Siguió quejándose, esta vez en un tono moderado, mientras su hermano hablaba por chat con alguna muchacha que probablemente termine en su cama.

Harto de ser ignorado, camino hasta la puerta de la azotea y bajo las escaleras, dispuesto a buscar y partir cada hueso del pequeño cuerpo de Kawata Souya.

¿Qué expresión haría cuando rompa sus pequeños deditos blandos?

Anhelaba escuchar el crujido que haría su columna al romperse.

Diviso una cabellera esponjosa salir de un salón, pero no era la que buscaba, esta era anaranjada y la suya era azul.

— ¿Qué mierda me ves tanto, te gusto o qué? — atacó el contrario, ahí fue cuando noto un par de ojos azules asomarse.

Sonrió grande al notar el cabello prominente, estaban en la enfermería y la sombra tenía los ojos lagrimosos, mejillas rojas, su labio tembloroso y sorbía su nariz despacio.

— Tú. — llamo antes de apartar al gemelo mayor de un puñetazo en la nariz, que lo dejo tirado en el suelo desmayado.

Agarro su muñeca y lo arrastró hasta los baños del tercer piso, aquellos que estaban sin uso por un caño roto.

Lo empujó dentro antes de asegurar la puerta.

Mojó sus labios mientras avanzaba, su rostro lleno de pánico lo extasiaba.

— Quítate la ropa. — quizás, había una mejor venganza que romper sus huesos.

— ¿Por qué dejar heridas físicas si las podía dejar mentales? — Pensó al notar la respiración agitada y las piernas temblorosas del otro.

— ¿Por qué dejar heridas físicas si las podía dejar mentales? — Pensó al notar la respiración agitada y las piernas temblorosas del otro

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¡! A partir de ahora, se hará mención de bullying y puede que abuso sexual.

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Mascota - RingryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora