01

24 10 0
                                    

[Llamada, alcohol y moretón]

No tenía pensado estar acá tirado, en el frío suelo de mi habitación. Pero por más que lo quise, no lo pude evitar.

¿Habrá suficientes motivos para estar mal?

Siento que no, que por más problemas que tenga, pienso que no tengo motivos para estarlo.

¿Seré yo presintiendo mi final?

Mi pecho subía y bajaba con una velocidad preocupante, gruesas lágrimas brotaban de mis ojos, aún con la mirada fija en algún punto cualquiera de mi habitación. Mi pecho había empezado a doler otra vez.

Tragué grueso intentando retener las lágrimas que seguían cayendo, pasé mis manos por mi cara suspirando lentamente. Solté el aire retenido de mi pecho intentando desaparecer el dolor en él. Era una noche más, nada más.

Tenía que tranquilizarme.

No puedo llorar más.

Me senté dificultosamente contra la pared, tomando aire y sacándolo lentamente de mis pulmones. Estaba enfadado y adolorido, una mezcla rara de emociones. Mi mente viajaba por todos esos recuerdos, recuerdos que ni siquiera sabía que existían. Pero ahí estaban, torturándome sin pudor alguno.

Eran recuerdos que había querido borrar, recuerdos que me dolían.

Recuerdos de hace años atrás, de cuando era un chico en su plena etapa de la adolescencia y ocultaba cosas. De cuando mamá tocaba el piano para mí, siendo un niño que solamente quería dormirse con la música de su mamá. De cuando tenía siete años, cuando tuve mi primer ataque de pánico.

Veía imágenes borrosas y confusas, todo pasaba al mismo tiempo.

No sabía realmente que sentía, no sabía si salir corriendo o llorar hasta morir deshidratado. No lo sabía.

Miré el techo de mi cuarto, intentando con todas mis fuerzas dejar de llorar de una maldita vez. Mis ojos se cerraban lentamente, ardían. Sentía mi cuerpo débil, sin energía. La parte baja de mi abdomen dolía, con cuidado me levanté la camiseta para ver la piel bajo ella.

Un círculo entre morado y verde estaba impregnado en mi piel, alrededor un par de raspones que ardían un poco, sabía que iba a tardar unos días en irse. Bajé mi camiseta negra para cubrirlo, tenía que curarlo. Mis manos temblaron al hacerlo, todo mi cuerpo lo hacía.

A un lado mío, había un par de botellas de algún alcohol asqueroso, casi las había vaciado. 

Odio el alcohol, pero a la vez, hace que me olvide de muchos de mis problemas. Igual que los cigarrillos, de vez en cuando fumo uno para tranquilizarme.

Si me viera mi padre, diría que se lo esperaba de mí.

De a poco mi respiración se había calmado un poco, aún seguía respirando dificultosamente, pero no tanto como hace minutos atrás. Mi cabeza daba vueltas y vueltas, parecía una olla a presión, en cualquier momento explotaría.

Antes de terminar así, borracho y con casi un ataque de pánico, había estado en una fiesta.

Después del raro encuentro que tuve con esa chica, Nyx, había recibido una llamada.

Una llamada de mi padre.

De.Mi.Padre.

Stéfano, el empresario hombre de negocios, también prototipo de padre según las señoras de la tercera edad, me había llamado pasadas las seis y media de la mañana. No lo entendí, creí que había imaginado que recibía su llamada. Pero no, no lo había imaginado, era completamente real.

La soledad del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora