Capítulo tres: Verdugo

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Samantha

Recuperé la consciencia dándome cuenta de que me encontraba en mi cama.

La leve luz del sol comenzaba a traspasar con pequeños rayos por los costados de las cortinas que cubrían la pequeña ventana de mi habitación. Intenté moverme, pero la jaqueca y el dolor intenso que sentía en el cuerpo se sentía como si estuviera dos toneladas sobre mi espalda y que mis rodillas se desestabilizarían en el momento en que tocara el suelo para sostener mi peso.

—Mierda — Murmuré tratando de incorporarme.

Logré tomar fuerzas para sostener mi peso sobre mis piernas y caminar hasta el baño. Me acerqué hasta el espejo refregando mis ojos para tener una mejor visión. Contemplé mi rostro con unas ojeras impresionantes, mi cabello enredado y mis labios algo hinchados. ¿Qué carajo había pasado?

—Buenos días, dormilona — Kat me observó desde el marco de la puerta con una sonrisa divertida en su rostro — O debería decir, buenas tardes.

Emití un gruñido de cansancio en respuesta.

—Probablemente no recuerdes lo que pasó ayer — Bufa.

—No estoy para juegos, Kat — Respondí irritada — No sé porque carajo tengo una jaqueca tan terrible.

—Tranquila, ayer un hombre bastante atractivo te trajo a casa.

Mis ojos se abrieron como platos ante su declaración.

—No sé como se las ingenió para entrar por la ventana de tu habitación y dejarte en cama — Dijo con tranquilidad — Te veías algo somnolienta y ebria, así que decidí no hacer un escándalo con mamá al decirle que una especie de secuestrador atractivo se encontraba en tu habitación.

—Espera, espera ¿Tú acaso lo viste entrar por la ventana de mi habitación? ¿Y esperaste hasta ahora para decirme?

—En mi defensa, el hombre era demasiado guapo — Sonríe — Estaba por ir por lentes de sol para bloquear el brillo de la perfección en su rostro.

Rodé mis ojos y oculté mi cara entre mis manos.

Traté de juntar todos mis pensamientos y memorias de lo que había sucedido la noche anterior, pero nada funcionaba. Mi mente solamente recordaba el baile para los negociadores y el resto de mis memorias de la noche, parecían haberse desvanecido por completo.

—¿Quién era por cierto? — Preguntó, Kat algo inquieta — No es que me moleste que tengas finalmente un novio, solamente que no acostumbro a ver hombres así de atractivos cerca de ti, muchos menos entrando a tu habitación por la ventana.

—Gran manera de ocultar un golpe bajo — Bufé.

—¿Quién era? — Volvió a preguntar.

—No lo sé ¿De acuerdo? — Admití — No tengo memoria de nada de lo que pasó anoche, mucho menos recuerdo porque un hombre me traería a casa.

—Bueno, también había una chica.

—¿Qué chica?

—No dijo su nombre y no alcancé a ver muy bien de quien se trataba por que estaba muy oscuro, pero fue muy amable y dijo que en el trabajo te habían dado un descanso, comenzaste a beber hasta que te embriagaste y como ella no podía traerte sola a casa; le pidió ayuda a su hermano para que te trajera.

—¿Ella te explicó todo eso? — Enarqué una ceja.

—Sí, pero la escuché a través de la puerta. Parecía conocerte muy bien y se escuchaba muy linda. ¿Enserio no sabes de quien se trataría?

La bailarina de Nueva OrleansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora