Capítulo nueve: Las dos caras de la noche

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Samantha

Había llegado a un callejón distinto al que usualmente frecuentaba hace algunos meses atrás.

La dirección que me habían mandado estaba correcta. Respiré hondo e intenté calmar mi corazón que latía desbocado por la ansiedad y el miedo que me causaba estar en un lugar distinto sola, en la noche.

Estuve cinco minutos parada allí, hasta que pude vislumbrar una sombra negra a lo lejos. Era alta, llevaba una chaqueta negra, pantalones rotos, zapatos enormes con una suela que aumentaban al menos unos cinco centímetros más a su estatura, su cabello estaba rapado y cuando lo tuve frente a mí; me fijé en una curiosa cicatriz que cruzaba por la mitad de su frente, pasaba por en medio de su ceja y casi llegaba a la cuenca del ojo.

—Aquí está tu dinero — Extendí la mano y le di el dinero que había prometido.

—Bien — Hizo una mueca de satisfacción mientras contaba el dinero en sus manos.

Me quedé mirándolo a los ojos esperando que entregara lo que necesitaba. Metió la mano en uno de los bolsillos internos de su chaqueta y sacó aquel familiar frasco de píldoras.

Lo tomé en un movimiento rápido para guardarlo en mi bolso.

—Le entregaré este dinero a River. Tienes suerte de seguir viva, linda.

—No te mandaron aquí para que cruces más palabras de las que debes — Gruñí.

—Solamente es una advertencia — Sonrió de lado — Supongo que ya sabes en lo que estás metida, no quiero que termines como mi anterior colega.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal haciendo que mi cuerpo se tornara frío y tieso. Cuando lo vi supe que él era nuevo, hace meses quien estaba encargado de entregarme mis dosis era Chief, o ese era su apodo.

Tenía entendido que era uno de los empleados más cercanos de Rivers, estaba encargado de hacer entregas de drogas o armas a los clientes más importantes. Su aspecto era rudo, fuerte, llevaba el cuerpo lleno de tatuajes y era bastante intimidante; no era un hombre de muchas palabras.

—No me interesa nada de eso. Has cumplido con tu trabajo, así que lárgate — Espeté.

El hombre me tiró una mirada algo burlona antes de darse media vuelta y desaparecer en la misma oscuridad por la que había llegado desde un principio.

Mis músculos se relajaron un poco cuando ya no vi su aterradora figura entre las sombras. Metí la mano en mi bolso y saqué el frasco de píldoras para poner dos en mi mano, también saqué una pequeña botella de agua.

Las coloqué en mi boca, bebí el agua hasta tragarlas por completo. Mi cuerpo se relajó instantáneamente, así como también aquel dolor pequeño en mi rodilla desapareció.

Mi celular vibró en ese mismo momento, lo tomé con algo de miedo para leer el mensaje que se mostraba en la pantalla de este. Era aquel número que yo ya conocía mejor que nadie.

Número desconocido: Has cumplido pelirroja, pero esto no es todo. Más vale que consigas lo que sigue si no quieres perjudicar a tu familia.

(...)

Había terminado una larga tarde de ensayos en la tarima del bar.

Sentí pequeñas gotas de sudor adornar mi frente debido al esfuerzo físico que se había hecho en aquella coreografía. Menuda tarde de ejercicio y cardio.

Me bajé del escenario para acercarme a tomar un sorbo de mi botella de agua que se encontraba junto a mi mochila. Bebí un sorbo del líquido cuando sentí aquella familiar sensación de incomodidad y dolor en mi rodilla, el calambre estaba prolongándose provocando la sensación de un piquete prolongado que amenazaba con hacer que mi rodilla se doblase involuntariamente.

La bailarina de Nueva OrleansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora