Capítulo ocho: Debilidad

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Maximiliam

Los potenciales socios de negocios estaban llegando al bar, podía verlos a través de las cámaras de seguridad.

No pensaba en meterme más mierda de la que ya cargaba encima, pero si necesitaba llegar a un acuerdo con alguno de ellos si quería salvar mi culo y mi impecable cadena de negocios y dinero que me mantenía en pie. No había ni un solo error.

—Señor — Thomas se paró delante mí — Los negociadores han llegado en su totalidad y las bailarinas ya se encuentran desempeñando sus labores.

—Excelente, ¿Algo más? — Acomodé las solapas de mi traje.

—El señor Davis quiere verlo antes de que se reúna con los demás.

Escuchar el nombre de ese hijo de puta me ponía realmente mal. No quería verlo y mucho menos que se presentara aquí, en un territorio que ya no le pertenecía y que por supuesto no iba a recuperar.

—Dile a ese bastardo...

—Lo que sea que quieras decirle a ese bastardo, podrás decírselo en su cara.

Davis entró en la oficina con una sonrisa sádica en su rostro y con aquella mirada que ya conocía bastante bien.

Thomas estaba apunto de actuar a la defensiva, pero le hice la conocida señal para que se retirara y me dejara a solas.

—¿Cómo tuviste los huevos de poner tu refinado culo aquí? — Escupí.

—Tranquilo, Max — Ríe — Solamente vine a decirte que, aunque este bar sea tuyo, también tengo derecho a opinar y a observar el funcionamiento. Después de todo fui yo quien lo llevó a la cima.

—El territorio es mío y si querías saber lo que pasa aquí, no es nada que esté dentro de tus putos asuntos — Me acerqué a él furioso — Así que saca tu mierda de este lugar antes de que utilice la fuerza.

—Wow, que aterrado que estoy — Su voz sonó burlona — Sé que no debo meterme contigo, tienes toda esta ciudad a tus pies y tienes influencias que obviamente podrían destruirme, pero sé que jamás lo harás.

—No te confíes, sabes que puedo ser capaz de llenar de plomo tu cuerpecito de rico cuando se me dé la puta gana.

—Pero no lo harás — Repitió.

Apreté la mandíbula con fuerza para controlar mis ganas de estampar su cara contra el escritorio de vidrio. Estaba harto de sus chantajes y de que venga a mi territorio creyéndose el dueño de absolutamente todo lo que estaba a su alrededor sin importar las consecuencias.

—Solo venía a recordarte que aún tienes negocios viejos que atender y que no puedes dejarlos pasar — Sacó una caja de cigarros del bolsillo de su pantalón y encendió uno usando el mechero que estaba sobre la mesa de la entrada a la oficina.

—Como manejé o no mis negocios es mi maldito problema — Espeté furioso — Y ahora lárgate de aquí.

—De acuerdo, lo que tu digas — Se da media vuelta para irse — Pero no olvides el acuerdo que tenemos.

Davis se va de la oficina e inmediatamente le pedí a mi gente que se aseguraran de que esa maldita escoria estuviera fuera de mi bar.

Solté un suspiro de molestia y salí de la oficina para dirigirme a la barra de tragos en donde estaban dos de mis mayores negociadores de Nueva Orleans. Los hombres parecían felices así que era mi oportunidad para dejarlos satisfechos y que a mi me dejaran fuera de su mierda de una vez por todas.

—¡Miller! — Exclama uno de ellos.

—Williams y Johnson, nos volvemos a ver.

—No has perdido el toque — Ríe Williams — La verdad es que este lugar está muy bien, no he podido quitar los ojos de todas esas mujeres que tienes aquí.

La bailarina de Nueva OrleansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora