Dᴇʟᴛᴀ || Vɪʀɢᴀᴛᴏ

10 - Joel Pimentel, desaparecido

Al salir del baño, vestido con una remera gris oscura y unos pantalones negros bastante holgados, con los hombros algo mojados por lo húmedo de sus cabellos, Joel fue hacia la cocina, viendo que Christopher no estaba en el dormitorio.

— ¿Chris? — preguntó, viendo al  castaño, de espaldas a él, sosteniéndose con fuerza de la encimera de la cocina.

— No tomaste los supresores— dijo.

Joel no contestó, no sabía qué le estaba pasando a Christopher.

Christopher giró un poco el rostro para mirarlo de reojo.

— Joel, ¿Sabes que acabas de entrar en celo?

Joel se sorprendió un poco, se le había olvidado completamente el tema de su celo, al punto de ignorar el por ahora leve dolor en la parte baja de su abdomen, había estado muy ocupado sintiendose mal emocionalmente como para pensar en eso.

— Tu olor me está volviendo loco, Joel, vé a tomartelos— se notaba que Christopher estaba apretado sus dientes.

Joel reaccionó y fue hasta el cuarto, donde, sobre el escritorio, descansaba la cajita con los supresores.

Decidió no volver a la cocina por agua, y en cambio fue al baño, haciendo un cuenco con la manos para tragar la pastilla.

Luego, con precaución, se asomó de nuevo en la cocina, entra vez, para ver a Christopher preparar algo de comida.

Christopher sintió el olor de Joel de nuevo, volteando a verlo.

— Ya los tomé— dijo el omega, antes de que el otro lo preguntara.

— Supongo que tardará un rato en hacer efecto— dijo el mayor, con un suspiro—. Siéntate, que aún debes comer.

Christopher le sirvió una generosa ración de arroz, y Joel sabía que no lo dejaría irse hasta terminarlo todo.

Un poco alejado, Christopher intentaba distraerse del olor del omega.

Antes, en el baño, cuando Joel había salido de bañera, Christopher había visto demasiado bien su cuerpo, sumado a que su aroma dulce, de manzanas y caramelo, se había hecho más fuerte, aunque quizás era maximizando por el hecho de que el olor a tristeza de antes se había ido, dejando el dulzón.

Pero Christopher no podía olvidar de unas ganas enormes que tuvo de besar al omega, y algo más.

Se preguntó si quizás, cuando decidió hacerle caso a su lobo, se había dejado llevar bastante, doblegandose al punto de hasta llegar a bañar a Joel, todo porque en su pecho, sentía la necesidad de mimarlo, y cuidarlo como no lo había hecho antes.

Y ahora, a pesar que estaba un poco más calmado, y que el olor de Joel también, sentía la necesidad de salir corriendo de aquel lugar.

Pero no podía hacerle eso a Joel ya bastante lo había afectado al irse la noche anterior.

Recordando cómo había paseado toda la noche soportando el frío de principio de invierno hasta llegar a una estación de servicio, que abría las veinticuatro horas, dónde tomó café hasta terminar de liquidar toda chance de dormirse; pero no tenía ganas de hacerlo de nuevo.

Cuando Joel terminó su comida, se volteó un poco para verlo, Christopher sólo tomó el plato, diciéndole que vaya a la cama y que él iría luego de lavar.

Dicho y hecho, Christopher entró al dormitorio para encontrar que Joel había acomodado las sábanas, haciendo la cama de forma prolija, para luego abrir las sábanas, aunque no se metió en estas.

— Christopher, ¿Podría entrar usted primero?

Christopher frunció el ceño.

— Así no podrá irse— explicó Joel, sonrió un poco—, estará entre mí y la pared.