Los favores de Satan

45 5 2
                                    

Rulue había arrastrado a Satan por todo el pasillo y se lo llevó a lo que parecía ser una sala del té, donde estaba Jii, su mayordomo, a quién le pidió dos vasos de agua.

—Siéntate en esa silla —le dijo ella a Satan, señalando una silla de madera majestuosamente tallada y con joyas incrustadas, que estaba junto a una mesa redonda. Ella se sentó en una igual que quedaba justo en frente del rey del infierno puyo—. Bien, espero que sepas cómo arreglar esto.

—Siempre eres así, Rulue —se quejó él—. ¡Estás obsesionada conmigo y siempre pendiente de lo que hago! A veces necesito tiempo para mí, eso es todo. ¡No te comportes como si fueras una madre sobreprotectora que sabe siempre dónde se encuentra su hijo! ¡Exagerada!

—¡No vuelvas a llamarme exagerada, Satan! —le recriminó—. Llevo días buscándote por todos lados y varias personas estábamos reunidas tratando de encontrarte, ¡no sólo Schezo y yo! Yo no era la única preocupada aquí, ¡no soy la única que se preocupa genuinamente por ti! ¿Y así es cómo me tratas después de haber estado pasándolo tan mal? ¿Minimizando mis sentimientos y llamándome exagerada? ¡Desapareciste sin más, Satan! ¡No avisaste a nadie e ignorabas la puerta cuando llamaban a ella! Ah, pero cuando viste que la que estaba esperando que le abrieras era Arle, que llevaba unos días fuera, bien que le abriste.

—Celosa, como siempre, ¿no? —replicó, tratando de dejarla en ridículo–.- ¡Siempre eres igual, Rulue! Si yo amo a Arle entonces tú tienes que aguantarte con eso.

—¡No me cambies el tema! —ella estaba al borde de las lágrimas, pero fue fuerte por unos momentos—. ¡Yo ya no soy así! Si tú amas a Arle me da absolutamente igual, ella se ha convertido en mi mejor amiga, y si de un día para otro decide que te quiere entonces yo seré feliz si ella lo es, ¡el problema es contigo! No responder a la puerta a no ser que te interese... ¡Eres un cerdo!

—¿¡Y si tan cerdo soy porqué sigues pendiente de mí!? —Satan comenzaba a alterarse, cansado de la regañina.

—¡Porque te quiero, joder Satan! —finalmente Rulue se echó a llorar—. Sé que no desapareciste de la nada sin una razón, ¡y eso es lo que me preocupa!

Jii entró por la puerta y les dejó un vaso de agua a cada uno, Rulue le dio las gracias y al ver su intención de quedarse allí para atenderlos, le pidió que los dejara solos por un momento.

El mayordomo se fue y cerró la puerta de nuevo tras de sí. La muchacha dio un sorbo a su vaso de agua, se secó las lágrimas con sus manos y se aclaró la garganta. Satan estaba callado, como si le hubieran comido la lengua los Cait Sith. Ella se levantó de su sitio, cansada de que su amigo no dijera nada, y fue a un estante a buscar algo. Volvió estampando un libro de tapa dura y amarilla en la mesa donde estaban. Satan estaba confuso.

—¿Qué es esto? —le preguntó.

—Cuando tenía dieciséis escribía en este diario —le explicó, mientras le temblaba la voz—. Mi plan era enseñártelo si algún día te sentías por mí como me siento yo por ti, para explicarte todas esas razones por las que me enamoré, y como ese sueño jamás se va a cumplir, sólo llévatelo y léelo. Y tráemelo de vuelta cuando hayas acabado, tiene mucho valor para mí.

Satan cogió el diario y se levantó de la ornamentada silla para irse. Una vez en la puerta de la sala dijo una última cosa.

—Perdóname, Rulue, pero no todo va a ser como tú quieras —y con esto se fue, dejando a la chica sola, que volvió a echarse a llorar.

Jii, que estaba esperando fuera, acompañó a Satan hasta la salida, y Minotauros, que había estado paralelamente hablando con Arle, aunque ella ya se había ido, fue a buscar a Rulue, y cuando la encontró, llorando sobre la mesa, con la cara oculta en sus brazos, le secó las lágrimas y se la llevó a su habitación.

Memorias de Puyo PuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora