La promesa del demonio

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Satan había vuelto a su casa después de aquella acalorada discusión con Rulue. Al abrir la puerta se encontró a Schezo, quien el Rey del Infierno Puyo había olvidado que se había quedado, durmiendo en el sofá. No parecía estar teniendo un buen sueño.

Se acercó con cuidado a él, con intención de despertarlo, y se inclinó para hablarle con claridad.

—Schezo —lo llamó, con la voz muy baja, casi susurrando—. Scheeezo...

Schezo ni se inmutaba. Estaba en lo más profundo del sueño.

—Mira Schezo lo que traigo aquí... ¡un caramelo! Te gustan los caramelos, ¿no? ¡A todo el mundo le gustan los caramelos! —Schezo seguía durmiendo, hasta que Satan se hartó y le gritó en la oreja—. ¡Schezo, coño! ¡Despiértate ya, mierda!

El mago se sobresaltó y tardó un poco en reincorporarse, pues se encontraba muy aturdido.

—¿Perdón...? —se frotó los ojos y procesó que quien tenía delante era a Satan—. ¿Satan...? Podrías haber sido más gentil, me has hecho daño.

—¿De qué rayos me hablas? —Satan puso los ojos en blanco—. Te he intentado despertar con cuidado y seguías bien frito, ¿qué querías que hiciera? ¿Que te trajera un chocolate caliente con churros mientras te acaricio la cara para que te despiertes?

—Pues hubiera sido buena idea —reprochó él—. Y no me habrías destruido el tímpano.

—Fuera de mi casa —lo largó tras eso, sin decir mucho más.

Schezo se quejó un poco, pero acabó por hacer caso y se fue de la casa de Satan.

Estuvo un rato caminando, perdido en sus pensamientos, y cuando iba a llegar a la aldea Teika Teika, que le pillaba de camino a su casa, un sujeto con un cuerno en la frente y el pelo hacia arriba le cortó el paso.

—¿Eres de aquí? —le preguntó esta persona desconocida, con una forma de hablar bastante cateta.

—¿Y qué si lo soy? —respondió con otra pregunta, con mucho escepticismo.

—Busco a alguien, dice que es una Reina Guerrera —aquel sujeto parecía muy serio en cuanto a encontrar a aquella persona, pero Schezo no iba a ayudar a ningún desconocido así como así.

—No sé nada, adiós. —le respondió, aunque sabía perfectamente a quién se refería.

—¡Eh! —le reprochó aquel tipo—. Si no me vas a decir dónde está, ¡llévame a un lugar habitado aunque sea! Llevo días sin comer na más que un poco pan que me quedaba en el bolsillo, ¡estoy esmayao!

Schezo lo miró de arriba a abajo sin saber muy bien cómo reaccionar ante esta situación. Sopesó los pros y los contras de brindarle una mínima ayuda y finalmente se decidió por hacer caso a lo que le pedía, no sin descubrir quién era.

—¿Quién eres siquiera? —le preguntó, aún receloso.

—Me llamo Demon Servant, Demiserf para los amigos—se presentó, con una sonrisa gigante en la cara y le empezó a contar su vida—. Vengo de Nosedónde.

—No sé dónde está Nosedónde —se burló el mago, con intención de irse tras lo que le pareció una broma pesada.

—¡Espera! Enserio, no lo sé —quiso jurar, pero parecía ser que la poca confianza que Schezo tenía en él se había disipado—. Yo antes vivía aquí pero me fui porque le prometí a esa chavala que te he dicho que la iba a reventar a palos un día, y bueno, aquí estoy. Ella me dijo que ni me molestara en volver pero, ¿qué clase de demonio sería si no cumpliera mis promesas?

El mago puso los ojos en blanco y le hizo un gesto para que lo siguiera, a lo que el demonio hizo un gesto de alegría.

Demiserf iba hablando como una cotorra, pero Schezo tenía la costumbre y habilidad de poder ignorar a una persona que no hacía más que charlar de todo y nada a la vez, así que realmente no le molestó tener que acompañarlo a la aldea.

Memorias de Puyo PuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora