Las cartas

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Rulue se quedó perpleja ante el diminuto beso que se materializó en su frente, y agachó la cabeza, sintiéndose extremadamente avergonzada.

—Pensaba que me odiabas —murmuró la chica.

Satan dejó salir una risa floja antes de responder ante aquello.

—¿Incluso después de estos días en lo que hemos pasado tanto tiempo juntos?

—Algo en mí insistía en que me odiabas —repitió, sin alzar la mirada.

Satan se inclinó hacia ella sin levantarse del asiento y la tomó de la mejilla, obligándola a mirarlo.

—Jamás se me pasó por la cabeza odiarte —juró, con sus ojos observando los de Rulue—. Te amo, Rulue.

—Lulú —corrigió, acariciando la mano que se apoyaba en su mejilla.

—Te amo, Lulú.

El chico se acabó de inclinar para depositar un beso en sus labios, lo cual les hizo sentir una explosión de fuegos artificiales en su interior.

Se quedaron mirando el uno al otro por unos eternos segundos en los que se intercambiaron miles de palabras y sentimientos sin si quiera abrir la boca.

Satan se levantó y le pidió esperar durante unos momentos para ir a coger algo de su cuarto, y al regresar tenía una nota y un muñeco de trapo.

—¿Y esta nota? —preguntó ella.

—Tuve la corazonada de que estaría en mi mesita de noche —explicó, sin poder apartar su mirada de ella—. Es de Schezo.

«Hola, Viejo:

Te escribo esta nota para prometerte que nos veremos en algún momento, cuando haya conseguido encontrar mi objetivo.

No puedo deciros a ninguno la razón de mi ida, pero tú te lo puedes imaginar. Se me han quedado demasiados cabos sueltos en mi vida que afectan a mi propia integridad y la de la gente a la que quiero... de nuevo.

Nos queda una eternidad por delante, así que espérame porque llegaré.

El mago idiota.

P.D. ¿Le dijiste a LULÚ como te sentías?»

Satan rió ante lo último, sintiéndose observado ya que recién acababa de hablar con ella, a la que ya le había tendido la carta.

—Qué idiota... —balbuceó ella mientras reía y lloraba a la vez—. Podría habernos avisado... nadie lo juzga por ser un orbe.

—No creo que el problema fuese ser un orbe —indicó Satan—. En cuanto a lo último que dice la carta... perdona por no habértelo contado todo con tranquilidad y romanticismo, pero consolar a mi amor era lo principal, y supuse que esa era la forma de hacerlo.

—¡Qué vergüenza! —rió ella, tapándose la cara—. ¡Tu amor! Ahora me da mucho corte...

—¡No pensé que fueras tan vergonzosa después de acosarme! —le recriminó, en broma, para seguidamente tenderle el muñeco de trapo que llevaba en la otra mano, el cual tenía la forma de Carbuncle—. Toma; sabes que prometí darle a Carbuncle a mi futura esposa, y aunque ya no puedo porque no lo tengo, al menos quería darte un detalle.

—Schezo estaría asqueado ahora mismo —carcajeó, tomando el muñeco entre ambas manos con cuidado, como si pudiese deshacerse de un momento a otro—. Muchas gracias.

—No te preocupes, me encargaré de que tenga la oportunidad de vernos y asquearse —le prometió, abrazándola y haciéndola hundir en su pecho.

La pareja se mantuvo inmóvil, disfrutando del abrazo, haciendo que el humor de Rulue mejorase por completo, y aunque Schezo ya no estaba, al menos tenía un nuevo espacio seguro en el que quejarse y llorar, además de su mejor amiga, quien aún estaba ingresada en el hospital.

Memorias de Puyo PuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora