El confinamiento de la mente

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Había amanecido hacía apenas unos momentos, y Schezo era un chico madrugador, al contrario que Rulue, quien después de varios días, aún se encontraba pasando la noche en el sofá de su casa.

—Rulue, despierta, por favor —insistió él.

Todas las mañanas eran iguales, pero ella hasta las once no se desperezaba bajo ningún concepto, y él que trataba de hacerla aprovechar su día desde la nueve acababa desistiendo.

Por suerte o por desgracia, ese día no iba a ser distinto. Rulue dormía como un lirón y Schezo la había dejado a su suerte mientras él fue en busca de la única persona a la que Rulue haría caso exceptuando a Satan.

Por supuesto aquella persona sólo tenía dos lugares en los que encontrarse: el primero y que Schezo esperaba que no estuviera puesto que estaría perdida durante unos días, explorando mazmorras. El segundo, en la plaza de la aldea Teika Teika retando a todo el mundo con el que se cruzara a una batalla de Puyo.

El mago cruzaba los dedos, rogando a la Diosa del Espacio-tiempo por encontrarla en la plaza, y soltó un suspiro de alivio al verla allí.

Aquella persona era Arle Nadja, la hechicera más poderosa (por su puesto sin contarse a sí mismo) de todo el mundo Madou.

—¡Arle! —Schezo llamó a su amiga desde la distancia.

—¡Schezo, hola! –lo saludó de vuelta, algo sorprendida al verlo desarreglado y con cara de cansancio—. Te veo nervioso, ¿estás bien?

—¿Has visto recientemente al viejo? –le preguntó ansioso, refiriéndose a Satan, sin responder su pregunta—. Hace unos días que no lo veo y Rulue está de los nervios. Lleva durmiendo en mi casa una semana. ¡Una semana! No tienes ni idea de lo agotado mental y físicamente que estoy.

Realmente se notaba su agotamiento. Su habitual túnica blanca tenía algunas zonas grises del uso sin haber tenido la oportunidad de ser lavadas. Además la zona baja, que casi arrastraba por el suelo, se encontraba llena de barro. Y ya no hablar de la cara del chico, que si bien no tenía ojeras, se notaba cierta palidez en ella. Los ojos parecía que iban a salirse de sus cuencas y él mismo los notaba escocer. Tenía los labios y boca secos y desde fuera se podía ver que no respiraba con facilidad.

—Pues ahora que lo mencionas es cierto que hace un tiempo que no lo veo —Arle echó la mirada hacia arriba, como si le vinieran las ideas del cielo—. Todo está extrañamente tranquilo, ¿crees que le habrá pasado algo?

—Pues no creo, no lo decía por eso —rodó los ojos, algo molesto de la suposición de su amiga ya que parecía más preocupada en cómo se encontrara Satan que él mismo—. Como te he dicho, Rulue está muy pesada y no deja de darme la lata. ¡No me deja dormir si quiera! Se pasa la noche encima mía diciéndome "¡Schezo, por favor, dime dónde está Satan!". ¿¡Y qué sé yo dónde está Satan!?

—¿Y porqué va Rulue a tu casa en la noche? —preguntó Arle, bastante extrañada porque acudiera a él en vez de a sí misma.

—¿¡No sé!? —Schezo cada vez estaba más desquiciado—. Apareció el otro día en mi puerta llorando como una magdalena y no pude hacer que se fuera, y ahora viene cada día. ¡No me da si quiera un respiro! ¡Necesito encontrar a ese viejo ya!

—¿Has buscado en su casa? —la chica frunció el ceño, suponiendo que no habrían ido a buscar al sitio más básico.

—¡No! No fui porque Rulue me dijo que no se encontraba allí —se excusó.

—¿¡Y cómo quieres encontrarlo si no buscas en su casa!? –se cruzó de brazos mientras dejaba salir un suspiro.

—¡Porque vine a pedirte ayuda primero! –los ojos le empezaron a escocer aún más. Había estado durmiendo tan poco que ni si quiera podía pensar con claridad—. A lo mejor Satan no le abrió, pero si vas tú seguro que te atiende.

Memorias de Puyo PuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora