Fiesta de pijamas

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Schezo despertó en la cama de una habitación con el techo y paredes blancos, conectado a una bolsa de suero intravenosa, se encontraba con cortinas blancas a ambos costados y podía ver cómo enfermeros y médicos corrían de aquí para allá.

A los minutos, una enfermera fue a revisar su estado y pasa su sorpresa lo encontró despierto.

—¡Qué sorpresa! —exclamó—. Deberías haber estado inconsciente más tiempo, ¡apenas has sido ingresado!

—¿Dónde estoy? —preguntó él, bastante desubicado.

—En la UCI, tienes quemaduras de tercer grado por todo el cuerpo —respondió ella—. Una de ellas casi te llega a los pulmones y tienes los riñones débiles.

Schezo suspiró. Aún no sabía cómo había llegado hasta allí y porqué tenía tantas quemaduras.

—No recuerdo nada... —murmuró, rascándose la frente, lo cual le escoció—. ¡Au! ¿Cómo me han llegado las quemaduras hasta aquí?

—Si no lo sabes tú... tienes suerte, podrías haberte congelado órganos importantes —aclaró.

—¿Congelado? ¿Son quemaduras de hielo? —cada vez se encontraba más confuso, pues una quemadura de hielo no era tan común.

—Viniste junto a una chica que aún sigue desmayada —manifestó ella—, cuando despierte tal vez ella pueda darte explicaciones.

Schezo no dijo nada más y se recostó en la cama, fundiéndose en el calor de la misma para seguidamente quedarse dormido.

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El mago se encontraba en clase de matemáticas. Estaba distraído y la profesora le tiró una tiza que acertó en su frente.

—¡Señorito Wegey! —lo llamó, dejándolo en ridículo delante de sus compañeros—. ¿Es el tema demasiado fácil para usted y por eso se aburre? En ese caso siempre puedo facilitarle un examen acorde a su inteligencia.

Sus compañeros explotaron en una carcajada mientras lo señalaban y hacían bromas entre sí sobre él. Schezo agachó la cabeza y empezaron a sudarle las manos.

—Lo siento, profesora, no volverá a pasar —se excusó.

—¡No hay lo sientos que valgan! Siempre haces lo mismo, ¿qué he hecho yo para merecerte? —suspiró y miró hacia el techo, sobreactuando.

—¡Tienes razón, señorita, Schezo la trata muy mal! —malmetió Aizan, un chico de su clase que por tal de tener la atención de una mujer era capaz de denigrar a sus amigos—. Usted se merece algo mejor.

—¡Cállate, Aizan! ¡Siempre te metes con él! —lo regañó Sawl, un compañero y amigo del mago, quien se sentaba a su lado—. ¡Señorita! Yo creo que Aizan molesta más en clase que Schezo, ¡yo que usted lo regañaría a él!

La cara de la profesora se volvió roja y mandó a callar a toda la clase.

—¡Silencio! Aizan, cierre la boca, y Schezo y Sawl, voy a tener una charla con vuestros padres —amenazó.

Schezo perdió la poca melatonina que tenía en el cuerpo; padres y colegio no eran una buena combinación, y sabía que cuando ocurría su madre lo apaleaba.

—¡Pero señorita! Yo sólo he dicho la verdad —insistió su amigo—. ¡Me da igual que hable con mis padres, ellos me entenderán!

—¿¡Quieres una expulsión!? —exclamó la profesora, irascible—. No, ¿cierto? ¡Pues cierra la boca y permíteme hacer mi trabajo!

Memorias de Puyo PuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora