D O S

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Chat Noir.

Había estado cansado por el largo patrullaje que hice la noche anterior, más que el alcalde de París me sito a una reunión donde relevaría el monumento que hiso de mí, lo único que quería era dormir un poco de todo. Últimamente había estado usando el Miraculous con mucha más frecuencia desde aquella vez en el edificio.

Un Miraculous es una joya, pero no cualquier joya. Son para personas especiales, para quienes son ángeles que los ancestros mandas para que no haya violencia en el mundo, las cuáles quienes lo aporten tienen que ser entrenados y ver si esa persona realmente es un ángel o un demonio.

Para que los mortales no se asusten de vernos, nos convertimos en ellos, en civiles normales con vidas normales, nos convertimos en humanos.

El Miraculous que yo aporto es del gato negro, el de la destrucción, fui enviado para cuidar a Paris y hacer actos buenos y demostrarle al guardián quien es mi maestro, que si merezco una segunda oportunidad. Si cumplo las reglas podre quedarme aquí y ser libre de vivir.

―El guardián estará orgulloso de tu trabajo y el esfuerzo que has hecho ―escuche a Plagg decir mientras volaba con un queso apestoso que tanto adora. ―durante estos seis meses París no ha tenido ataques y robos.

―Quiero quedarme aquí, la gente es increíble, Plagg, amo este lugar ―dije observando desde mi ventana la hermosa ciudad del amor, Paris― hicieron un monumento sobre mí, Chat Noir, la gente lo adora y créeme que yo a ellos.

―Pero recuerda que hay otros ayudando en distintos lugares, como Ryuko en Tokio, Queen B. en Londres ―recalco con un tono de voz más fuerte― ellos se ganaron vivir ahí y tú debes seguir con las reglas para poder quedarte aquí definitivo.

―Y por eso doy lo mejor de mí, doy todo para que el maestro me de este lugar ―las palabras me salían sinceras, era verdad que amaba este lugar más que en mi vida pasada― no me había sentido tan cómodo como lo estoy ahora. Realmente quiero cambiar.

―Eso solo lo puede decidir el guardián no yo ―dijo dándole una mordida a su queso― yo solo estoy aquí para recordarte cuál es tu deber. Y porque soy yo quien te da el poder, no puedo ayudarte con algo más ―Plagg se acercó a mí y se sentó en mi hombro― nunca te había visto tan feliz, quiero quedarme aquí al igual que tu pero no soy quien decide eso.

―Sabes perfectamente bien que el anillo no solo es un Miraculous, sino que también es mi vida ―toque mi anillo de mi mano izquierda y jugué con él un par de veces, realmente era todo para mí― no quiero dejar Paris.

Desde mi ventana pude notar la gran Torre Eiffel, misma que se había convertido en mi lugar seguro durante cinco meses, desde que llegue a París mi vida cambio, al principio no quería cuidar esta ciudad y no podía contradecir al maestro, con pasos de los días le tome cariño y aprecio.

París es un lugar donde me siento con total comodidad y disfruto de su delicioso croissant y su exquisito café con crema. Durante seis meses había estado obedeciendo las reglas que se me habían puesto para que pueda yo quedarme en este lugar, pero había una en la que trataba de cumplir, una de tantas que debía respetar, pero ese uno podía afectar a los demás.

‹Regla número 78:

"No debes tener ninguna clase de relación con algún civil de tu sexo opuesto, está prohibido acercarse a un civil que no necesita ayuda o esté en peligro. No puedes tener sentimientos hacia alguien mortal" ›

Antes de llegar a París, esa era la única regla más fácil para mí y que sabía que nunca lo haría, pues por enamorarme de alguien que no debía me llevo a la muerte y no quería volver a cometer ese mismo error que sabía que podía perder mi única oportunidad para vivir. ¿Quién desaprovecharía la oportunidad de vivir por segunda vez?

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