📌 C A P Í T U L O 4

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—Odio mi vida.

Yo también.

—Dios me odia.

A mí también.

—Es que te tengo la peor suerte del mundo.

No, la tengo yo.

—Apenas serán unos cuantos días, amor. —Consolaba Verónica a mi hermano —Pasarán rápido, ya veraz.

—Ese doctor no sabe de lo que habla. Puedo caminar perfectamente y... ¡Aug! —Volvió a la silla al no ser capaz aguantar el dolor, claro. La caída del escenario le había dejado como consecuencia un esguince en el pie izquierdo, así que no podía apoyarlo hasta que mejorara.

—Son solo muletas, ¿podrías parar de quejarte, por favor? —pedí, sin mirarlo.

Llevaba todo el rato en lo mismo y ya me tenía un poco harta.

—Se supone que soy tu hermano, Mad.

El mejor regalo que me dio la vida. De seguro se le agotaron las mansiones en Europa a Diosito.

—Y lo eres —le dije, sin despegar la vista de mi interesante libro.

—Pues, no lo parece. —me reclamó —Hasta creo que estás feliz

—Hay una gran diferencia entre estar feliz y simplemente no darle importancia a tu drama de telenovela.

La risita de Cass era un claro: TOD ESTA ROJO DE LA RABIA.

—¿Por qué Cass se ríe, Tod mira a Madison con odio y Verónica parece querer matarlos a todos?

Levanté la cabeza al reconocer la voz.

—Mad se burla de mi accidente —Se me adelantó el insoportable.

—No me burlo... solo le digo que está exagerando —le expliqué.

Jadeen se echó a reír.

—Pensé que era el único que lo creía. —murmuró, sentándose frente a mí, justo al lado de mi hermano.

No pude evitar la sonrisa de triunfo que adorno mi cara.

—Hoy duermes en la calle, Jadeen —protestó Tod, cruzándose de brazos y mirándolo con cierto rencor.

—Cass y yo te damos refugio —le dije.

Enseguida mi hermano volteó a verme.

—¡Deja de robarte a mis amigos, mocosa!

—¡Lo haré cuando los trates bien, insoportable!

—¡Yo lo trato de maravilla! —Se giró hacía Jadeen —Dile que yo te trató bien, anda.

—Eeeh..., acabas de echarme —le dijo él, mirándolo con una ceja enarcada.

—¡No era en serio, imbécil!

Apoye mis codos sobre la mesa, sin borrar la sonrisita triunfal que sabía tanto odiaba.

—A mí me ha sonado que iba bastante enserio.

—Es cierto —me apoyó el recién llegado y... echado.

Tod parecía no saber a quién de los dos despreciar más. Verónica tuvo que percatarse de que ello, pues se puso de pie y empezó a recoger sus cosas con algo de afán.

—Vamos, amor. —Le extendió una de las muletas a Tod —Te llevaré a casa antes de ir a mi clase de yoga.

—No.

Una vez másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora