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LA MÚSICA SONABA A TODO VOLUMEN EN EL CUARTO DE LEAH

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LA MÚSICA SONABA A TODO VOLUMEN EN EL CUARTO DE LEAH.

La boca de la pelinegra estaba entreabierta mientras se aplicaba el rímel sentada frente a su tocador.

Su familia estaba conformada por su padre William, su madre Diana y su hermana menor Alexandra, a la que todos llamaban Lexie.

Todos amaban y respetaban a los Dior, una de las familias mas ricas del pueblo. A todos. Menos a Leah. No tenia una... muy buena fama, que digamos.

No es como si hablaran mal de ella en su cara o sufriera de bullying en la escuela. Era uno de esos casos de "te amo frente a ti, te odio a tus espaldas".

—¡Leah! ¡Deja de mirarte al espejo y vámonos! —gritó Lexie, prácticamente aporreando la puerta.

La pelinegra suspiró y abrió la puerta.

—Vuelve a tocar mi puerta así, y te tiro por las escaleras, mocosa.

Lexie le frunció el ceño, y Leah le pasó por un lado.

Salieron de su casa y subieron al auto negro de la mayor. Leah arrancó y comenzó a conducir hacia la escuela de su hermana.

Lexie la miró con el ceño fruncido. Al sentir su mirada, Leah la miró de soslayo, extrañada.

—¿Que quieres?

—¿Desde cuando usas rosa?

—¿Desde cuando te volviste tan entrometida?

—Eres insoportable.

—Síguele, Lexie, y te bajo del auto, ¿te quedó claro?

Su hermana la miró mal, pero decidió callarse, sabiendo que su hermana era capaz de detener el auto y obligarla a bajarse.

Estacionó frente a la escuela de Lexie.

—Ya bájate, no puedo llegar tarde.

—Francamente, creo que tirar en los baños no es una prioridad.

Leah apretó los labios en una sonrisa y negó levemente.

—Bájate ya, y buena suerte regresándote a pie.

Lexie la miró mal, tomó su mochila y bajó del auto, azotando la puerta. Los dedos de Leah se apretaron mas alrededor del volante, y aceleró.

Al llegar, estacionó, revisó su maquillaje en el espejo retrovisor, tomó su mochila y bajó.

Las miradas se posaron sobre ella inmediatamente pues, incluso si la odiaban, nadie negaba que Leah era muy atractiva.

—Hola, perra.

Leah rodó los ojos.

—Tienes que dejar de saludarme así, Carol. Das pena ajena.

Carol le frunció el ceño y rodó los ojos.

𝐃𝐄𝐋𝐈𝐂𝐀𝐓𝐄//𝐒𝐓𝐄𝐕𝐄 𝐇𝐀𝐑𝐑𝐈𝐍𝐆𝐓𝐎𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora