6. Vacíos legales

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Debonnie observó la delicada y femenina curva de la garganta en su modelo vibrar cuando ésta soltó una carcajada divertida. Eleonore, una búlgara de ojos risueños y sonrisa de inferno. La dama era una de sus modelos más habituales que poseía un encanto nato, el solo hecho de verla, hacía a cualquiera quedar prendado de la exótica belleza que desprendía. Ella se encontraba desnuda, únicamente tenía cubierto el muslo izquierdo con una transparentosa tela púrpura.

Su modelo parecía sentirse completamente cómoda con su desnudez, Eleonore había sido su modelo favorita desde hace años, sin embargo, ahora todo era diferente. Parecía ser que encontró un generoso benefactor que pagó por la exclusividad de Eleonore por unos meses, al menos en lo que residía en la ciudad y buscaba llevarse un recuerdo de la mujer que lo cautivó en París.

Estaban en la habitación de un pequeño, pero lujoso departamento del centro de la ciudad. Estaba tapizada de rojo y del techo colgaban elegantes cortinas traslúcidas en tonos ocre. No había plantas, solo una gran variedad de pequeñas estatuas de marfil de diferentes tamaños. Lo especial de la habitación era la pared cubierta completamente de espejos justo a contradirección de la cama.

Se sintió un tanto morbosa al imaginarse la razón por la cual tenían todos esos espejos justo de frente, pero no había que ser un genio para saber la respuesta.

—Siempre he querido preguntar, ¿Cómo haces para no escandalizarte? —cuestionó la adorable pelinegra con ese acento extranjero tan llamativo.

Debonnie sonrió sin despegar la vista de su paleta, mezclaba los tonos correctos para trazar las sobras de su cuerpo.

—No hay motivo para ello, cuando te veo lo que busco es enfoque, plasmo lo mejor dentro de lo peor, lo hermoso.

—¿Y si supieran de quien es el cuerpo que retratas? ¿cambiaría algo para tus compradores saber el origen de la belleza en el retrato?

—Quieres decir, ¿qué clase de persona compraría un cuadro realista sobre la magnificencia de un cuerpo desnudo femenino? —La miró a los ojos—, eres prostituta, Eleonora, deberías saber la clase de hombres que existen.

—Y mujeres —añadió ella con complicidad—, te sorprendería ver la cantidad de mujeres que vienen por aquí.

—Es Francia, por supuesto que no me sorprendería.

Siguió los trazos que había dejado y acentuó los colores en aquellos recovecos donde sus extremidades se entrecruzaban. Los tonos caoba y chocolate de su cabello se sobrexpusieron ante la piel satinada de la mujer; había algo tan placentero en lograr capturar los colores correctos, a Bonnie siempre le emocionaba más el proceso que el producto final. Para ella la libertad estaba en darle a la realidad tu propia perspectiva.

Eleonore estiró el cuello sobre el camastro y su larguísimo cabello de seda se derramó sobre su pecho. Debonnie elevó una ceja, le pidió específicamente que no se moviera hasta que terminará de capturar los destellos del sol contra su cabellera castaña.

—¿Por qué te gusta trabajar con prostitutas? —Cuestionó con verdadera curia.

Debonnie comprendió su pregunta, pero trató de ignorarla a medida que agregaba más textura a la imagen de su canva. Sintió la miraba de la fina cortesana sobre su persona y colocó el pincel sobre la paleta.

—¿Qué tienen ustedes de malo?

—Podríamos traerte problemas...

Lo entendía, en ocasiones realizaba escenas más convencionales y típicas del del mundo que los rodeaba, algo que podría abrirle pasó como mujer artista, pero no eran damitas frígidas posando para ella. Eran mujeres del bajo mundo. Si los nobles supieran...

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