Algo que extrañó desde el minuto uno al partir de París, fue la sensación de pertenencia que mostraba sobre sí misma; su seguridad y su desenvoltura para accionar y hablar siempre estaban de forma presente. No era que en casa de sus padres fuera una prisionera, pero allá era la hija de un respetado y distinguido miembro de la nobleza. Su vida, su trabajo y sus logros se reducían a un mero pasatiempo para evitar habladurías de cualquier tipo.
Sus obras no siempre eran tan inocentes, y no se atrevería a poner un nombre diferente en aquellas que representaban terror para los falsos valores de los nobles. El ardor de la pasión era algo que siempre le brindaba material a su vivida imaginación y, aún así, toda su vida siempre fueron solo eso: imaginaciones.
Aunque había una persona, una mujer que siempre la apoyo en contra de toda crítica y cejas alzadas. Lamentaba tanto haber discutido con ella antes de haber partido a Inglaterra, en cierta parte le alegraba haber regresado para poder solucionar las cosas con Emmeline. No quería perder a nadie más, y menos por algo tan estúpido como un hombre.
Su vida estaba repleta de personas que la inspiraban en toda clase de sentidos. Amaba a su familia y a sus amigos, demasiado. Quizá era por ello por lo que después de la muerte de Laura, le costó un poco más de trabajo abandonar a su madre; pero también amaba tener su libertad para poner en retrospectiva su vida.
Se quedó un par de semanas más después del fallecimiento de su prima para estar junto a su madre y apoyar a Robert en este momento tan triste. Sabía que debía estar allá, soportando el resto del luto con su familia, sin embargo, no podía olvidarse de que también tenía obligaciones. Ya había dilatado demasiado su regreso.
—¿Debonnie?
Levantó la vista del suelo para encontrarse con Marinette.
—Oh, se me hizo eterno el camino para venir a verte, ma petite rose —señaló con alegría la mujer.
Antes de que pudiera reaccionar, Marinette la arrastró de su lugar para envolverla en un abrazo enorme. Debonnie se aferró a aquella mujer con la fuerza de una tormenta. En esos momentos necesitaba un abrazo para poder dejar de sentirse tan miserable.
—¿Está todo en orden, Debbie?
La rubia negó aun sin encontrar su voz. Temía que al abrir la boca comenzara a llorar de nuevo.
—Vamos dentro y me cuentas que ocurre, ¿está bien?
Marinette se apresuró a ordenar que subieran su equipaje en el coche. Se movió como una figurilla mecánica, todas sus pasos estaban siendo una especie de costumbre. Esperaba que al ver a las demás mujeres de la mansión le ayudara a calmar un poco su pena.
Marinette Fournier fue quien le dio la mano cuando más lo necesitó al llegar a una ciudad que desconocía. Tenía un exitoso negocio de repostería en el que Debonnie trabajó por un tiempo. Después de la muerte de su esposo, se quedó en la ruina con dos hijos que mantener. Su cuñado robó la herencia que el difunto señor Fournier había dejado para su familia y Marinette tuvo que aprender a buscar la manera de sacar a sus hijos adelante en un mundo donde las oportunidades para las mujeres no eran tan fáciles de encontrar.
Pero los años la fortalecieron y siendo una mujer que sabía hacer casi cualquier cosa, no se dejó vencer ante la adversidad. Gracias a la Baronesa de Clèves ambas encontraron la oportunidad de salir adelante.
Para Bonnie, ella era como su segunda madre y uno de sus más grandes ejemplos a seguir.—Siempre regresas feliz de Inglaterra, ¿pasó algo?
—Muchas cosas, demasiadas —habló cuando sintió que se controlaba—. Volví a ver a mi hermano, Joseph, él se casó.
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Matices del alma
Ficción históricaSpin-off de saga Whitemore Debonnie Gallagher es una solterona, aunque en realidad le importa un bledo. Forjó su propio destino como una exitosa artista desde que tenía la tierna edad de dieciocho años. Es obstinada, independiente y quizá algo orgu...