8. Concesiones peligrosas

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Debonnie mordisqueó un macaroon de forma ausente, ni siquiera le interesaba el sabor, pero no podía dejar de comer. Estaba bastante intranquila por los futuros acontecimientos que podrían llegar a darse en esa tarde. Se levantó de su asiento y caminó un poco por la habitación para calmar su impaciencia repentina, echó un vistazo al reloj para determinar si estaba por llegar; doce minutos para las cuatro de la tarde.

¿Y si no venía? Era un hombre ocupado, seguramente tenía otros asuntos que atender además de ayudar a una persona que no dejaba de meterse en problemas. También, él decía conocerla.

Intentó, realmente trató de que su nombre resonara algo en su cerebro, pero tenía tanta preocupación que lo único presente que residía era el propósito de encontrar a su amiga.

Se llevó las manos a la espalda mientras esperaba, el golpeteo de su zapato sobre el suelo le indicó lo ansiosa que se encontraba.

En la entrada, apareció el ama de llaves indicando que tenía visita. Debonnie se sintió como aquella ocasión en la que a sus dieciséis su madre había organizado una reunión con un montón de caballeros solteros y legibles, todo con el afán de encontrar un esposo para ella durante su primera temporada.

—El Señor Wrestling, señorita Gallagher —insistió el ama de llaves.

—Hágalo pasar, por favor —dijo en un hilo de voz.

Aspiró profundamente antes de llevarse una mano al pecho y elevar el mentón con seguridad.

—Es solo un hombre.

Liam entró en la sala con la misma soltura y elegancia que ya había notado que le caracterizaban. Sus ojos la buscaron hasta que dieron con ella y Debonnie se dijo a sí misma que no tenía por qué estar aprehensiva. Estaba vestido con un traje color oliva, toda su ropa demostraba buen gusto y cuidado sobre su persona, además de que tenía la misma expresión amable que le ayudaron a saber que en efecto, era un persona excepcional.

—Señorita Gallagher —La llamó y ella se sintió una extraña familiaridad en su voz.

—Señor Wrestling, le agradezco que haya venido.

—Espero serle de ayuda.

Debonnie miró a su alrededor, sobre la mesita del centro estaban unos postres y todo lo necesario para servir la bebida.

—¿Quiere té o puedo ofrecerle alguna otra cosa?

—Té está bien.

Ella se acercó al juego de vajilla y colocó los utensilios en su lugar antes de tomar la tetera y servir el líquido sobre dos tazas.

—¿Leche? ¿Azúcar?

—Una de azúcar, por favor.

Debonnie lo invitó a sentarse y él lo hizo, después de eso sintió que no había manera fácil de empezar el tema. Antes de si quiera comenzar a contarle la situación de la desaparición, quería respuestas.

Miró las puertas de la entrada y se acercó a cerrarlas.

—Necesito que me diga cómo es que cree estar tan seguro de conocerme.

—No creo estarlo, tengo la certeza —dijo con un tono que no dejó lugar a dudas.

—¿Ah sí? ¿Y quién soy? —dijo ella, aún de pie mirándolo con impaciencia.

Liam no parecía alterado en lo absoluto, parecía que incluso esperaba esta reacción errática de su parte, hasta tuvo el atrevimiento de darle un sorbo a su taza de té con parsimonia antes de mirarla con serenidad.

Debonnie es probablemente la mujer más increíble que he conocido, algo excéntrica y quizá un poco desacostumbrada a la normatividad social, pero debo admitir que la adoro con locura, y sería asombroso que pudieran conocerse —Liam entrecerró los ojos y la miró—, creo que esas fueron las palabras exactas.

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