9. La Araña

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Una de las situaciones que nunca le agradaron a Debonnie, era cuando se le imponía que hacer sin tomar en consideración sus deseos. La baronesa de Dubois había estado esa tarde en la mansión para supervisar las actividades; en el pasado, a ella nunca le había importado que estuviera de manera temporal en la mansión y en su estudio de forma intermitente. Así que le dio un ultimátum de quedarse de manera definitivamente en la mansión u ofrecerle su lugar a una mujer que lo aprovecharía mejor.

Le molestaba, claro que sí, pero tampoco era tan absurda como para no ver de dónde provenían las exigencias de la pobre baronesa. Cada vez había más mujeres en situación de necesidad y ella tenía los medios para costear su independencia. No tenía hijos ni familiares que dependieran de ella, tampoco había alguien persiguiéndola como un marido vengativo o un cobrador furioso.

Se imaginó entonces su vida. Muchas de las mujeres que había estado en la mansión con ella habían encontrado su camino, un talento que explotar u otras un marido que les daba el trato decente y proveedor que se esperaba en un matrimonio. Reconocía que era una de las que había estado más tiempo.

¿Sería tiempo de marcharse?

No la había corrido, solo le pidió que hiciera uso del beneficio que se le brindaba, pero...

Ya no lo necesitaba. Se había instalado, había desarrollado su vida y alcanzado un grado de independencia que era lo que la baronesa buscaba para sus refugiadas, entonces, quizá ella debería avanzar. Si acondicionaba su estudio como era debido, podría ser una vivienda en toda la regla. Estaba dentro de una zona cómoda de la ciudad y lo suficientemente alejada del centro para llevar una vida tranquila y libre de inconvenientes.

Le dolía, la mansión Dubois fue una parte crucial de su arribo a Francia. Rechazó cualquier apoyo de sus padres para acogerla con sus conocidos de la nobleza aquí. Realizó todo desde cero, fue difícil y se llevó duras lecciones de realidad, pero eso la ayudó a formar su carácter autóctono.

Quizá si era tiempo de ver al futuro de frente y empezar a considerar que los cambios llegarían a su vida, quizá le esperaba algo mucho mejor.

—¿Entonces te irás? —preguntó Lysandre con aire desanimado.

—Creo que es lo mejor ­­­­­Lys, ya cumplí muchos de mis propósitos y rara vez estoy aquí en la mansión —explicó muy a su pesar—. Mi lugar lo ocupara una nueva mujer que necesite de este refugio.

—Pero serás indispensable aquí, Debonnie, los niños van a extrañarte mucho, todas nosotras.

—Vendré de visita, además, es una decisión que ya tomé, no me desalojó la baronesa, pero me di cuenta de que... ya viví esta etapa de mi vida, es momento de adentrarme en la siguiente.

—¿Y qué harás? ¿solo seguirás pintando? —cuestionaba la chica mientras la seguía por la habitación, la rubia iba guardando sus cosas.

—Es lo mejor que sé hacer.

—Estarás sola.

—No voy a estarlo, tengo amigos.

—¿Hablas de Antón y ese hombre atractivo que te visitó hace un par de días?

—Quizá, ¿Cuál hombre atractivo? ¿Hablas del señor Wrestling?

—Bueno, no sé su nombre, pero era rubio de ojos claros y sonrisa encantadora, ¿es un pretendiente?

—¡No! Es solo un amigo.

—¿Y no te gustaría que fuera algo más?

—Si —dijo demasiado rápido, después caviló lo que respondió y se apresuró a aclarar—. No, me refiero a que, si somos algo más, trabajamos juntos, tenemos una relación laboral.

Matices del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora