7. ¿Me conoce?

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La noche estaba bastante tranquila, observó el río desde las ventanas de su estudio y le dio más vueltas a su plan. La mayoría de las veces que ejecutaba algo, resultaba que en realidad acababan en situaciones inesperadas que no había contemplado previamente.

Tampoco era que fuera a reconsiderarlo, estaba segura de hacerlo.

Se anudó la corbata y acomodó los pliegues dentro de la camisa. Trenzó su cabello para posteriormente mantenerlo en alto con las horquillas, se miró al espejo y contempló la imagen que daba vestida como hombre. Parecía un muchachito escuálido, uno de esos niños a los cuales les faltaba sentir el golpe fuera de la vergonzosa mocedad. Había puesto mucho cuidado en lucir impecable, se vendó los senos y se oscureció un poco debajo de los ojos para parecer un poco descuidada del rostro, tampoco quería verse demasiado... impoluto, sería raro.

Caminó hasta la barra y se sirvió una copa de vino, a su izquierda, el cuadro de Laura, grande y llamativo, pareció mirarla directamente. Su prima fue animadora nata y apoyaba casi cualquier locura, aunque estaba segura de que algo como lo que haría no lo aprobaría en lo absoluto.

—Tendré cuidado, ¿de acuerdo? —Le dijo a la imagen.

Le dio un sorbo a la copa y volvió a mirar el cuadro con la imagen de Laura sonriendo. Inevitablemente pensó en su familia y como seguirían, su madre debía seguir deshecha, su padre seguía un poco delicado de salud cuando se vino; un golpe emocional retrasa cualquier voluntad de salir adelante. Se sintió un poco culpable por no haberse quedado, fue como volver a revivir el episodio de su vida donde abandonó a Joseph tras la muerte de su hermano, debió haberlo traído con ella, debió haber estado a su lado sin dejarlo solo en esos años.

¿En qué momento se volvió tan egoísta?

—No tienes derecho a juzgarme —volvió a decirle al cuadro—, tú también tomaste una decisión egoísta al dejarnos.

Se terminó el vino de su copa y tomó un pequeño bolso, se cruzó la correa y salió de su estudio. Salió con porte tranquilo y seguro, estaba bien, no había nada de qué preocuparse, ya había se había puesto ropa de hombre veces anteriores a esta, una más no tenía por qué intranquilizarla.

Solo que jamás irrumpió antes en alguna casa.

Detuvo a un coche de renta y le proporciono de la dirección de la residencial. El camino se volvió su pequeño suplicio en la que su cabeza le repetía que era una mala idea, una malísima idea. Le dijo a Antón que lo esperaría, que iría con él, pero sabía que Antón jamás le permitiría ir. Le había dejado muy claro que no confiaba del todo en sus capacidades.

Observó por la ventana las luces de la ciudad, el cambio de la decoración mediante pasaban por distintas zonas. Alguna vez pensó en irse a Roma, era una ciudad que también le interesaba conocer, hacer parte de ella, tenía el capital y ahora la experiencia para volver a empezar, o quizá regresar a Inglaterra, su hermano había decidido quedarse a vivir ahí. Él puso en renta la propiedad que tenía en La Española, trabajaba como consultor temporal en el Museo Británico mientras en casa administra los negocios de su padre.

Toda su familia estaba allá, todos parecían haber encontrado un motivo, su rol y su destino. Incluso ahora estaban unidos para sobrepasar el trago amargo del fallecimiento de Laura y, ¿Dónde estaba ella? A kilómetros de casa.

¿Era feliz? Porque justo ahora no se sentía particularmente llena, sentía que hacía algo que su alma necesitaba, como si se hubiera fracturado y una pieza de ella estuviera perdida; eso era, se sentía incompleta. Quizá si necesitaba desaparecer, o volver, cualquiera de las dos opciones era tentadora, pero no sin haber traído a su amiga de vuelta a casa.

Matices del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora