3. La necesidad

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Marinette y Joanne hablaban efusivamente frente a ella mientras detallaba el siguiente paso que darían en las pastelerías. Al parecer querían ofrecer helado también, pero como era una novedad cuantiosa, tendrían que invertir en remodelaciones para adaptar las cocinas. Estas nuevas tecnologías pasaban desapercibidas para gusto de Bonnie, no era una aficionada particular del helado. No le gustaban las cosas congeladas o cualquier elemento relacionado al frío.

Adoraba lo caliente.

Ellas hablaban y hablaban con entusiasmo mientras la cabeza de la rubia viajaba nuevamente a la orden que Bernard había dado al tal Gordon.

Si ese hombre saliera a conseguir más niñas, sería a él a quién tendría que vigilar de ahora en adelante. Quizá necesitaba conseguir una daga o algún arma con el cuál defenderse. No era tan diestra en las armas, nunca le gustaron y después del accidente de Kyle, las detestó, pero ahora iba más allá de solo precaución pues estos tipos eran peligrosos.

Se llevó una mano a la barbilla y trató de recordar si en las notas de Emmeline habría algún otro punto de reunión en la ciudad. Tenía que descubrir a quienes vendían las niñas esos desgraciados.

Pensó en Hope, la pequeña de Laura y se le encogió el corazón al pensar que alguien pudiese dañarla de alguna forma. Su presencia ha estado siendo una tormenta de sensaciones. Por una parte, esa bebé y Jason han sido el ancla de su madre para sobrellevar la muerte de Laura, pero Robert se recluyó un poco del exterior.

No tenía idea del porvenir de ese pobre hombre. Ahora que la mujer que amaba se había ido, tendría que aferrarse a sus hijos, pero dudaba que aún estuviera en buen estado para acercarse a ellos. Su duelo recién comenzaba y parecía estar tomando actitudes no tan saludables.

¿Por qué tenían que ocurrir estas tragedias? No era justo, no era nada justo. Estaba molesta y le enfurecía que personas que realmente merecían la muerte, siguieran ahí fuera causando daño.

—Debonnie, ¿estás bien? —preguntó Joanne.

Bonnie miró sus puños. Tenía la tela de su falda apretada entre sus puños. Lo blanco de sus nudillos detonaba el alcance de su rabia.

Trató de calmarse, ni Joanne, Marinette o Tristán tenían la culpa de lo que ocurría.

—Si, solo recordé que tengo pinturas pendientes.

—Puedo acompañarte a tu estudio si quieres —Se ofreció Tristán, entrando a la sala con un plato lleno de chocolates.

—¡Esos son para los panqueques de mora! —Le amonestó su hermana.

—Debiste etiquetarlos.

—Basta, niños —dijo Mar sin poner atención, pues tenía libretas de cuentas en sus manos—. Mañana compraremos más, Jo

Bonnie sonrió un tanto melancólica al recordar sus disputas con Joseph. Extrañaba a ese niño desubicado.

—Tengo que recobrar fuerzas enana, hoy es mi presentación para la selección de pasantes en la investigación de la universidad y no dormí nada estudiando mi presentación de investigación.

—¿Estás nervioso, Tristán? —preguntó amablemente—. Ésta es una grandiosa oportunidad.

—Lo sé, han venido catedráticos de España, China e Inglaterra. Ser parte del equipo de investigación de lenguaje sería un honor para mí —Se metió tres chocolates a la boca—, para cualquier estudiante, mejor dicho.

Tristán era un chico bastante joven, pero inteligente para su edad. Había logrado muchas cosas dentro de la universidad a pesar de no poseer un apellido influyente. Su talento sería labrado desde cero, estaba segura de que obtendría un lugar en esa investigación.

Matices del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora