VI. Tenerte conmigo.

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Cristal

—Parece que alguien no ha tenido un buen fin de semana.—comentó Valeria al verme llegar.

—¡Pero si hoy me he arreglado el cabello! no trates de joderme.— respondí fingiendo haber entendido que se refería a mi aspecto.

Valeria cruzó sus brazos y clavó sus ojos en los míos, analizándome como solía hacerlo cuando presentía que algo no andaba bien y justo en ese instante pasaba por ello.

Solté un suspiro y desvié la mirada de la suya.

—¿Tengo que restregarte por enésima vez, lo mala que eres mintiendo?

Reí en un tono bajo y poco habitual en mí.—En serio no sé qué me sucede.— respondí, ya rendida.

—Te sientes presa, sé lo que es intentar escapar de lo que sientes y que eso que sientes sea más fuerte que tú.

—¿De que estás hablando?

—Llevas una semana evitándolo, y no me llames atrevida pero vi llamas perdidas y otros mensajes.— me miró un tanto desesperada por una respuesta.

—Sí. Eres una atrevida.

—Y tú una cobarde.— fue esa su respuesta, dejándome boquiabierta, y sin poder evitarlo, rompí a reír.

—No es vida vivir como si estuviera huyendo.—volvió a decir y está vez se marchó atender los clientes.

Quedé sola en la cocina, sintiendo que de pronto las palabras de Valeria me impulsaron a dar la cara y no esconderme más. Aunque ella jamás entendería que debía tomarme cierto tiempo para recuperar mi seguridad.

Decidí pensármelo y continuar con mi trabajo. Así que tomé la cafetera y salí a servirle el café a los clientes.

—Y por fin el lobo vió pasar a Caperucita...— susurró en mi oído, cerca de mi nuca, era Stephen, esa voz tan sexual la reconocería hasta en un concierto donde todos gritan, aún allí, podría reconocerla.

Lo hizo a propósito, me tentaba. Su aliento mentolado rosó mi piel, consiguiendo que cerrara mis ojos disfrutándolo.

Y de nuevo esa sensación tan extraña. Un revoloteo en mi estomago, punzante y me hacía sentir desequilibrada de inmediato.

Lo reconocía, me había vuelto una cobarde.

—Cristal, necesito tenerte cerca.— continuó mientras yo seguía paralizada en el mismo lugar, sin moverme.

Sentí su mano aferrarse a mi cadera y luego su cuerpo pegarse al mío, presionándome contra él. Mis piernas parecían gelatina.

Todos conversaban animadamente mientras tomaban el café, y yo... yo estaba ardiendo.

Pero claro, debía demostrar todo lo contrario y actuar como si no me gustara, como si no fuese consiente de cuánto me costaba respirar a su alrededor, ¡Como que la noche aquella había sido un sueño y no una realidad! JA'

—¿Cómo te atreves acariciarme de esa forma?— giré y por fin le encaré.— esto está repleto de personas, y me tocas el culo. ¡No soy una puta!

—Niega que no te ha gustado.— respondió lamiendo sus labios, luego los curvó en una pequeña y retorcida sonrisa.

—Pues no...—negué sin apartar la mirada de la suya.—no me ha gustado.

Lucia diferente, ahora se veía mucho más atractivo. Se había tatuado el cuello, sus ojos color café, estaban mucho más claros esta mañana y pude notar cierto brillo en ellos. Estaba poderoso, se me hizo imposible no recorrer su cuerpo con la mirada.

—Mientes.— aseguró con un tono juguetón.

—¡No eres más que un presumido!— le di un débil empujón para echarlo a un lado.

—¿A donde vas?— me tomó por la cadera, firme y me tentaban sus labios tan gruesos y color rosa, su cercanía me tenía echa gelatina, y si, nueva vez intentaba huir.

—Debo atender a los clientes, Stephen.

—Pues necesito que me atiendas, reservé desde ayer con al señorita Valeria, y estoy VIP.— está vez sonrío al ver que ya mi mecanismo de defensa había quedado sin armas para atacar, así que sin objetar más, le atendí.

Stephen tomó asiento en la mesa para dos que había reservado. Sentía sus ojos clavados en mí, en todo lo que hacía, y sin comprenderlo, me sentía segura a su lado, él observándome como si de una diosa se tratara y yo podía creérmelo. Él, en cambio, estaba más sexi que nunca con aquel tatuaje, y peinado de aquella forma tan... callada me veía mejor, pero ¿Cómo es que podía ser tan elegante, atractivo y demasiado sexi a la misma vez?

Cuando servia el café en su taza, el tomó mi mano, delicado pero firme, enviando corrientes por todo mi cuerpo. Entonces no pude evitar más el contacto visual.

—La mesa ya está lista, siéntate.—dijo, suave, bajo pero tan sensual como las miraditas que me echaba mientras preparaba el desayuno. Maldito Stephen, ¿cómo puedo esconderme de ti?

Hice caso y sin más rodeos, tomé asiento frente al suyo, y me dispuse a encarar lo que ya era evidente: nos gustábamos.

Tomé la taza y la llevé a mis labios, luego di un sorbo y cayó muy bien, él también parecía disfrutarlo, así, en silencio.

—¿Por qué huyes?—soltó aquella pregunta con total simpleza.

Yo, pasmada, no sabía que decir.

—Así debiste actuar al principio, no luego de que ya...— miró alrededor y se inclinó un poco más adelante.— tuvimos algo muy íntimo.— una sonrisa adornó su rostro.

—Estábamos ebrios.

—¿Te arrepientes? Porque yo no.—relamió sus labios y volvió a repasarme con aquella penetrante, oscura y sexi forma de mirar. Yo, en cambio, sentía la necesidad de salir corriendo de allí, algo ardía.

De nuevo los ratones le comieron la lengua a cristal.

Observé a mi alrededor, no había nadie. Todos se habían ido y una fuerte lluvia caí, trayendo como ella mucha brisa y un frío difícil de soportar.

Stephen se levantó y con un suave toque me levantó la barbilla, de una forma perversa, podía verlo en sus ojos, el calor que de repente se esparcía dentro de mi, lo revelaba.

Mi cuerpo reaccionó a su tacto, de una forma que incluso me asustó.

Yo con mi ex no experimenté nunca estas cosas, ¿que no estuve realmente enamorada o qué?

—Ven, pasemos el día juntos.

Tragué grueso y por fin encontré la forma de hablar.

—¿Que quieres exactamente?— me levanté y le miré con atención.

—Tenerte conmigo.

Su respuesta me hizo temblar, pero intenté seguir así, supuestamente firme. Y sin desviar la mirada de la suya, respondí lo siguiente:

—Eso implica mucho.— respondí.

—¿A caso no merezco la oportunidad de conocerte un poco más?— se acercó más a mi cuerpo, arregló el cuello de mi camisa, rosando mi piel, erizándolas. Diablos, ¿lo hacía a propósito? Yo sentía que si. —Déjame ser tu chico.— lo dijo pausada y sexualmente.

Quedé embobada, de seguro tenía cara de estúpidaaaa

Igual continuaba callada, perdida en esos ojos, en esa maldita forma de mirarme y hablarme, como si tuviera el arte más admirado al frente.

Me tomó la barbilla nueva vez, yo no hice nada, le dejé guiarme hasta sus labios y besarme, primero tan suave que desesperaba, y luego rudo, con ganas de que ese beso sea más que un beso, pero cuando recordé donde estaba, me aparté rápidamente avergonzada y sorprendiéndome de lo que en seguida, dije...

—¡Vayamos a donde sea!

Cariño, esto no es amor [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora