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Sin duda tenía la mejor de las vistas, un cuadro digno de admirarse, aunque solamente sea él quien lo admirara... sí, un cuadro que adoraría admirar por siempre. Un Rubén Doblas a su merced, excitado, con una expresión inconfundible de placer y por sobre todo vulnerable a los ataques del mayor.
Rubius seguía atado de manos, su pecho expuesto aún con su camisa cubriendo su espalda, estaba prácticamente adormilado por aquel exceso de placer en su cuerpo con un descarado hilo de saliva que bajaba por su mentón. Su pecho subiendo y bajando, en un comienzo con rapidez para luego ir ralentizándose poco a poco, su parte baja seguía siendo estimulada por los juguetes del mayor, su cuerpo se arqueaba levemente temblando de a momentos. Toda su intimidad bañada con su propia esencia, su polla goteando los restos de su ultimo orgasmo.
Vegetta mordió su labio inferior, le encantaba lo que estaba viendo, y no podía evitar lo tirante de su pantalón, su polla suplicándole un poco de atención.

-Ve~g- la voz de Rubius sonó levemente llamando su atención. El azabache creía que se había desmayado luego del último orgasmo- Vege-.

-¿Qué ocurre, chiqui? ¿Se sintió mal?- preguntó arrodillado en el colchón entre las piernas abiertas del menor, pero sin tocarlo directamente, solo observándolo.

-Tu... tu polla- balbuceó- déjame... déjame verla, por favor- pidió. Sólo quería verla, el deseo de sentirla se hizo presente. Jamás había visto una polla en la misma situación que la suya y quería que la de Vegetta fuera la primera... Y en el fondo, la única.

Esa sonrisa petulante y felina, otra vez adornando la tez del azabache- ¿tan pronto me deseas dentro de ti?- preguntó llevando sus manos hasta el inicio de su pantalón para desabrocharlo y bajar lentamente el zipper.

Los ojos de Rubius estaban fijos en aquella imagen. Guapo... era poco, ni si quiera existía una única palabra que describiera al mayor. Su torso completamente desnudo, su abdomen bien marcado, su morena piel, si subía hasta su cabeza podía distinguir aquellos carnosos labios rosados por entre la tupida barba, que le sonreían. Su tez morena pero clara, su cabello azabache completamente revuelto y como cereza de ese pastel, sus ojos, esos ojos cafés que se adueñaban de todo lo que veían... y en ese momento lo estaban viendo a él.
El pantalón bajó hasta las rodillas de Vegetta quien tuvo que levantarse brevemente de la cama para poder quitárselo junto con su calzado. Cada movimiento que el azabache daba era seguido muy fijamente por el castaño atado en su cama, ansiando que su capricho fuera llevado a cabo de una buena vez.

El mayor volvió a hincar sus rodillas en el colchón en el mismo lugar donde había estado, aún llevaba sus boxers, de un color morado con el elástico en color blanco.
Rubén estaba consciente de que aquella imagen lo había prendido de nuevo, y las estimulaciones, que volvieron a ser leves, endurecían su polla.

-Cabrón, no seas así- musitó- déjame ver el arma secreta de Lobo Nocturno- le sonrió burlonamente. Había logrado controlar los leves espasmos generados por los juguetillos en su intimidad y su respiración que volvía a ser casi normal.

-Si es lo que deseas- asintió el azabache- pero deberás usar tus pies para bajar mi bóxer- lo desafío.

Conocía bastante al menor, y sabía que este jamás se negaría a algún desafío. Era por desafíos tontos como ese que ambos terminaban en problemas con algún otro estudiante en su época de instituto.
La sonrisa en el contrario no se hizo esperar. Vegetta sonrió. También tenía que darle chances al menor.
El trabajo del azabache no era simplemente dar placer, su servicio iba mucho más allá. Él se encargaba de enseñar diferentes formas de sentir placer, te ayudaba a descubrir cuáles posiciones te gustaban más, que era lo que te llevaba realmente al límite. Para él, el sexo era arte y el arte es subjetivo, lo que a uno le gusta a otro posiblemente no.
No era algo de explotar con un orgasmo y ya. Era más, era lo previo, eran las caricias más tiernas y los besos más dulces que evolucionaban preparándote para explorar otras sensaciones, a veces, nuevas sensaciones. Les enseñaba a los hombres a qué no había problemas en que la mujer estimulara su punto G. Que no porque usarán vibradores iban a convertirse en homosexuales. Y que el disfrutar de otro cuerpo masculino tampoco estaba mal.
El sexo jamás estaba mal o era algo malo, siempre y cuando, ambas partes o las partes que sean, estuvieran completamente de acuerdo y el encuentro se llevará desde el respeto y la confianza.
Pero las personas solían olvidar eso, aprovechándose de algunas y traumado a otras.

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