El ave se frena en una roca.
Escucha al pez decir sus últimas palabras
a quien le esta robando la vida.
Los ojos del anaranjado pez, que tiene el atardecer tatuado en el cuerpo,
miran al ave.
El albatros comprende y lo abraza con sus grandes alas, arrepentido.
Pasan lunas
y la roca ya no era roca sino el lugar donde una ave se confiesa.