Las heridas del erizo
son hermosas;
abrazar un erizo es tranquilizante.
Tocar las púas de un erizo
es entender su sensibilidad.
El erizo tiene miedo de sí mismo.
En las tardes de invierno,
el erizo se cuida de
no rasgar su delicada
alma.
El erizo es la brisa que alborota
al pecho de dolor.