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Mauricio lo miró, con esos ojos azules que parecían el cielo más oscuro, los que siempre le habían hecho caer rendido a sus pies. Podría haber matado por aquellos ojos, que ahora lo miraban con frialdad y desprecio.

Pasó sus dedos por la cabellera azabache al mismo tiempo que sus labios se curvaron en una burlona sonrisa y con descaro confesó:

– Sólo fué un rato y debo admitir que ese rato fué bastante divertido y estimulante mientras duró, pero no significas nada para mí – tomó la mandíbula del chico con rudeza –. Acéptalo, Joaquín se terminó.

Joaquín no podía creer lo que estaba pasando, por más que se estrujó los sesos tratando de procesar aquella palabras no lo logró.

Sus grandes e inocentes ojos mieles se llenaron y sin poder evitarlo, una lágrima traicionera rodó por su mejilla, después otra y otra, hasta que el nudo que había en su garganta casi lo sofocó.

– ¿Cómo... cómo puedes ser... cómo puedes ser tan despreciable? – inquirió el de rulos castaños en un descontrolado tartamudeo. Sus sollozos le ganaban por mucho a su dulce voz, volviéndola ligeramente más aguda.

– ¿Tan estúpido fuiste cómo para creer que te amaba? –había lanzado sus palabras cómo una pregunta retórica.

– Yo... yo... tal vez – cuchicheó, al mismo tiempo que bajaba la mirada.

Mauricio soltó una fuerte carcajada. Joaquín no pudo evitar volver la mirada hasta su rostro, él lo estaba mirando, regodeándose con su dolor y su humillación.

– Cariño, lo que quería – lo recorrió con la mirada, desde la cabeza hasta la punta de los pies –, ya lo obtuve. No eres más que eso, Joaquín un cuerpo caliente y un rostro bonito.

– Eres un desgraciado, Mauricio Abad no sabes cuánto te odio – escupió el chico con veneno y desprecio.

Él sonrió de forma burlona. ¿Qué no se cansaba de tanta burla? Pensó el menor con dolor.

– Lárgate – siseó Joaquín con los dientes apretados.

– Con mucho gusto – cantó Mauricio al mismo tiempo que acercaba sus labios a la oreja del chico y susurró –, mi amor.

– ¡Que te largues he dicho! – gritó al mismo tiempo que lo empujaba.

Él volvió a reír y Joaquín no pudo contenerse más. Tomó el jarrón que reposaba sobre el largo buró de roble, en el pasillo y se lo lanzó, rogando a Dios que diera en el blanco, pero Mauricio logró salir triunfal e eliso y el jarrón terminó su recorrido al estrellarse contra la puerta haciéndose añicos, que se esparcieron por el elegante piso de mármol color canela de su departamento.

Joaquín se dejó caer de rodillas y llevándose las manos al rostro, rompió en llanto. Un llanto perpetuo y desgarrador. Se sintió sólo y vulnerable.

Mauricio no era aquel chico del cuál se había enamorado perdida e inevitablemente. No era quién él creía, no era ese chico el cuál creyó que lo amaba de verdad. Todo había sido un simple engaño, un simple y maldito engaño para meterlo en su cama y él ingenuamente había caído.

Había cometido el error de confiar en el hombre equivocado, y ese error le costó muy caro.

Tal vez se había aferrado a lo primero que encontró, eso que lo llevó a flote cuándo se vió perdido y casi hundido y ese fué Mauricio.

Con tan sólo 15 escasos años de edad, sufrió la pérdida de su padre. Luego de luchar casi 1 año contra el cáncer en sus pulmones, se dió por vencido y partió. Entonces su madre tuvo que hacerse cargo de los 2.

Para Volver A Amar // Adaptación  EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora