ርልየíፕሁረዐ 3

383 53 20
                                    


Maratón 1/4






Joaquín no podía creer que se encontraba en esa situación.

Cuándo Emilio le abrió la puerta de su elegante Lactimg Maserati GT, color negro, los nervios lo abordaron, anudándose en su estómago. Era una mala idea, una muy, muy mala idea, se dijo mientras bajaba del auto y esperaba a que Emilio cerrara la puerta.

Su acompañante caminó a su lado, ambos en silencio. Joaquín pretendía ser cómo era siempre, despreocupado, parlanchín y risueño. Así era cuándo estaba con sus amigos – los únicos 2 amigos que tenía, uno de ellos era Diego y el otro uno de los modistas de la empresa Marcos, Nikolás –, pero con Emilio era otra cosa. Joaquín no podía mantenerse al margen de cualquier trato social y amable, cuándo estaba con él todos sus miedos lo abordaban, recordándole lo malos que podían llegar a ser los hombres, lo traicioneros y superficialistas. Peor era ahora que estaba cometiendo aquella locura de salir con él. Respira y cálmate de una buena vez, puedes cuidarte solo, eres fuerte, nada te pasará. Se dijo con convicción. Aunque la seguridad de sus propias palabras le había faltado y ciertamente ya se estaba hartando de repetirse lo mismo una y otra y otra vez; sólo esperaba que aquello sucediera de verdad, si no se vería dándose de topes contra la pared, literalmente hablando.

– ¿Qué película te gustaría ver? – inquirió Emilio, sacándolo de sus pensamientos. Fué entonces cuándo se dió cuenta de que estaban frente a la taquilla; se sintió tonto.

– No lo sé, ¿cuáles hay? – preguntó, mirando la cartelera.

– Esas – asestó Emilio, apuntando con su dedo índice hacía la cartelera. Joaquín lo miró con seriedad y después ambos rompieron a carcajadas.

– Ok, que no sea romántica por favor – pidió el menor.

– Bueno, entonces – dijo el rizado, arrastrando las palabras con lentitud –, ¿qué te parece, El Conjuro? – inquirió luego de revisar.

– Está bien – respondió el de rulos castaños y sonrió.

– Dos para El Conjuro, por favor – dijo Emilio a la chica que se encontraba detrás de la ventanilla.

– No, espera un momento – dijo Joaquín al tiempo que tomaba el antebrazo de Emilio y éste lo miró con expectación. Al darse cuenta de ello, Joaquín dejó caer su mano y retrocedió un paso.

– ¿Qué sucede? – inquirió el oji-café, no tanto por saber que quería, sino por su alejamiento. Debía admitir que eso le dolió, pero no iba a demostrarlo.

– Yo pagaré mi boleto – dijo el castaño.

– Claro que no, yo te invité, así que yo pago – atajó él, ofreciéndole una mirada que le decía, no había nada a discusión.

Joaquín simplemente asintió a regañadientes y Emilio pagó.

Ambos discutieron otro poco frente al mostrador, sobre quién pagaría las palomitas y las bebidas, hasta que el chico, ya fastidiado, que los atendía los interrumpió, diciendo que ambos podían pagar poniendo la mitad cada uno. Emilio estuvo de acuerdo y Joaquín no muy convencido – porque era bastante testarudo y simplemente deseaba llevarle la contraria a Emilio –, finalmente aceptó.

Luego de entregar los boletos se dirigieron a la sala. Cuándo entraron, los anuncios ya estaban pasando. Tomaron asiento en la tercera fila de hasta arriba, lejos del pasillo.

– ¿Hace cuánto que no tienes una cita? – inquirió Emilio fingiendo despreocupación.

Aunque por dentro se estaba muriendo de celos con sólo pensar en Joaquín teniendo una cita con otro.

Para Volver A Amar // Adaptación  EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora