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Maratón 3/4






Estoy perdiendo al hombre de mi vida, pensó el oji-café al borde del colapso.

El corazón de Emilio se rompió en miles de pedazos al ver cómo ese perfecto y encantador chico se escapaba, cómo un suspiro, de su vida que se convertiría en miserable si dejaba que eso sucediera. No podía permitirlo, no iba a permitir que aquel mal nacido se llevara al hombre que amaba.

Emilio salió del embotamiento en el que se encontraba y corrió, presuroso, fuera de la habitación. Una vez que alcanzó a ambos a mitad de la sala, se lanzó sobre Mauricio cómo un toro enfurecido. Joaquín soltó un chillido del susto y sorpresa y terminó sentado sobre su culo en la inmaculada moqueta de colores térreos que cubría parte del piso de madera.

Mauricio se tambaleó hacía adelante, a causa del fuerte impacto en su espalda, pero logró estabilizarse y respondió a la agresión con un cabezazo que dió directamente contra la nariz, consiguiendo quitarse de encima al rizado. El pelinegro se dió la vuelta y levantó la pistola, pero antes de que pudiera jalar el gatillo Emilio se fué contra él una vez más y tomó las manos de Mauricio entre las suyas.

Ambos hombres comenzaron a forcejear por el arma consiguiendo que un disparo se escapara y la bala terminó agujereando el techo, de color hueso de la sala. Joaquín chilló por segunda vez y varias lágrimas se le escaparon.

– Eres un maldito hijo de puta muy persistente – siseó Mauricio sin dejar de luchar.

– Y tú un maldito hijo de puta al que dejaré cómo mierda cuándo termine contigo – contraatacó Emilio.

El rizado llevó las manos de Mauricio hacía abajo dónde un nuevo disparo impactó contra el piso.

– ¡Basta, ya basta! – gritó Joaquín en una súplica desesperada.

Emilio miró al de rulos castaños al mismo tiempo que Mauricio le daba un empujón, el arma ahora entre sus cuerpos. El oji-café volvió su atención al pelinegro y lo empujó, más fuerte, de vuelta.

Un tercer y último disparo resonó en la habitación. Emilio y Mauricio se quedaron, mirándose el uno al otro con atención, quietos por un momento y un segundo después, Joaquín contempló con terror cómo Emilio caía al suelo y una mancha de sangre comenzaba a filtrarse por su camisa blanca en el costado izquierdo.

– ¡Emilio! – chilló Joaquín al mismo tiempo que corría hacía el rizado.

– ¿A dónde crees que vas? – intervino Mauricio tomándolo del brazo.

– ¿Qué haces? – inquirió el menor –, ¡suéltame! – tironeó su brazo con brusquedad.

– Ni de broma, tú vendrás conmigo – sentenció el pelinegro, jalando a Joaquín hacía la salida.

– ¡No, no quiero! – gritó Joaquín, revolviéndose para liberarse –, ¡Emilio! – chilló con desesperación.

– Joaquín – apenas susurró el rizado con los dientes apretados a causa del dolor.

– Eres un maldito desgraciado, Mauricio –escupió con veneno el de rizos castaños.

– Lo sé, amor ¿no es estupendo? – inquirió con enferma diversión el pelinegro.

Mauricio arrastró a Joaquín a la puerta principal mientras que el chico de ojos mieles intentaba escapar, pero todo en vano, Mauricio era más fuerte que él. Joaquín sólo podía rezar por un milagro.

Y de repente, cómo si todas las súplicas al cielo que Joaquín hizo hubiesen sido escuchadas. Uno de los enormes sartenes de teflón, que Joaquín guardaba en su alacena, apareció detrás del pilar, que conectaba con la barra y se estrelló de forma violenta contra la cara de Mauricio, consiguiendo mandarlo de un knock-out al suelo.

Para Volver A Amar // Adaptación  EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora