Los animalitos son personitas que, a su parecer, deberían llevar vestiditos o trajes, también zapatitos para que lleven una mejor vida a la desnudez de siempre, justo como ese conejo; sin embargo, jamás consideró que el usar ropa les diese un aspecto tan humano que podría a ser bizarro en todos los sentidos que esa palabra puede tomar.
Con brazos cruzados, cabello oscuro y algo largo para el gusto de cualquier peluquero que desee peinar una cabeza con facilidad, una cola extensa que se enrolla de forma elegante, nariz respingada y sin bigotes, mas, sí orejas peludas tan negras que se vuelven azules sin la luz, un gato brilla en la oscuridad transparente y se deshace agraciadamente sobre la rama de ese no bajo árbol. Se nota flexible porque trae la cabeza colgando, se le puede caer pronto.
—Estoy buscando al conejo que va por... —dice antes de notar que se le ha perdido de nuevo. —Lo he perdido por culpa tuya.
—¿Mía? —Esa es una nueva habilidad que acaba de descubrir, los gatos pueden flotar. —Mocoso malcriado, no es culpa mía que seas demasiado lento. Extranjero que ni el camino es capaz de seguir, las instrucciones te entran por el rabo y salen por la boca.
—No soy un gato como para tener rabo. —Si no fuese otra situación probablemente se reiría, pero se ha perdido, el gato tiene razón. —¿Puedes ser tan amable de enseñarme el camino a ese conejo?
—¿Y yo por qué habría de hacerlo?
—Estoy llegando tarde a una cita del té, por favor, no quiero ser una persona irresponsable.
—¡Lo hubieras dicho antes! Yo puedo llevarte a dónde el té se toma todo el tiempo y así no has de llegar retrasado jamás. —Con sensatez, a vista de que nadie alrededor estaría dispuesto a disminuir su estatura para poder ver de lejos el camino adecuado y sin oportunidad de obtener más de ese pastelillo que hace a los adultos pequeños y a los pequeños ancianos, Jeno avanza junto al juguetón gato. —Soy Ten.
—Un placer, mi nombre es Jeno.
—Ya lo sabía. —No sabe si tenía que responder lo mismo, deben ser costumbres de esa tierra. —Eres medio Jeno, parece que tu estatura ha disminuido, no eres Jeno por completo hoy.
—¿Sabes cómo puedo recuperar mi tamaño normal?
—Lo hago y no lo hago. —Un burbujeante mar a través de las paredes delgadas de hojas se cuela entre los oídos del joven, una fiesta se celebra con golpes de tambores y gente cantando sin sintonía. —Yo cambio como es normal, de tamaño aquí, en el cielo, en las estrellas, en el pastel, en la cabeza, así que me acostumbro a todo, sólo piénsalo y va a pasar.
Jeno se imagina creciendo, ¿qué va a pasar si su tamaño no es el adecuado para sentarse en la mesa o si no puede sostener un plato? ¿Cómo va a comer? Si sólo se hará más pequeño. Bien lo dicen las madres, come bien para crecer bien.
—¡Jeno! ¡Jeno Lee! Eres tú, se ha acabado, eres idéntico al día de ayer. —Otro tipo de cabeza roja. ¿De dónde lo no conoce? —Llegas tarde, como se debe.
La mesa se deshace conforme el hombre avanza, pisando los deliciosos pastelillos y litros de té que escurre en las teteras y Jeno, entonces, reconoce que no conoce a nadie y que su conejo no está ahí a menos de que sea esa absurda liebre lanzando cubiertos y sirviendo aire azul.
—¿Dónde está el conejo? Voy tarde.
—¡Ah! El conejo, no tenemos conejo, mocoso. —Se burla el gato azul paseando por la mesa hasta llegar a una silla junto al ratón, ese que tiembla de fiebre dentro de una tetera. —Aquí tenemos sombreros y cuervos, escritorios y té, si quieres tartas y conejos tienes que ir al palacio.
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JENO A TRAVÉS DEL MONÓCULO [JAENO/NOMIN] Ver. Final.
FanficCuando se dio cuenta ya estaba cayendo, rebotando en la cama y luego subiendo, para después volver a caer y encontrarse arriba, de modo que el techo se hizo suelo. De todos modos, ¿cuál es el problema con comer tantas tartas del rey de corazones? I...