| 3 |

7.6K 888 71
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



| Pequeña joya |



El pequeño niño miraba a través de la ventana como un grupo de sirvientes, enviados desde el palacio Garnet, movían las cosas de su madre a otro palacio, apegando el libro de cuentos que ella le regalo, mientras que sus ojos amenazaban por dejar escapar una lágrima.

Todo esto estaba ocurriendo demasiado rápido, para su punto de vista, ya que solo habían pasado unos cuantos días desde el funeral privado que le hicieron a su madre, junto a la masacre del Rubí.

No tuvo tiempo para llorar cuando la puerta fue abierta de golpe, giro sobre su sitio, soltando un pequeño grito, cuando sintió un peso sobre su espalda junto a unas risas traviesas, parpadeo, agarrando las muñecas delgadas, soltando el libro en el proceso.

— ¡Hermano! —grito la suave voz de su hermana, que le dio un beso en la mejilla. — ¡Esta vez logré asustarte! ¿Verdad?

— ¡Uhm! Lo lograste. —mintió para hacer sentir feliz a la rubia que se soltó con una gran sonrisa. — Nisha, deberías tener cuidado cuando haces eso.

— Está bien~

La vio recoger el libro y limpiarlo con cuidado, usando un pañuelo que tenía bordado en una esquina un lindo conejito, solo suspiro para aceptarlo al momento que se lo entrego.

— Casi lo olvido, quiero ir a ver a padre, ¿Me acompañas?


Dejo el objeto en su escritorio con la mirada apagada, una diferencia del rostro iluminado de la pequeña, que jugaba con las blondas de su vestido verde.

Justamente, Asher ingreso a su habitación para dar una reverencia esperando una orden.

El palacio dorado era de su pertenencia, él era la única persona que tenía el derecho de ordenar a las personas que trabajaban o vivían en ese espacio, ni siquiera el emperador tenía permitido meter su nariz en sus asuntos, todo gracias a una ley irrevocable impuesta por su papá.

— Nisha, no iremos donde el emperador. —respondió de forma cortante, no quería ver el rostro decepcionado de su hermana. — Esa es mi orden.

— ¡Pero-...!

— No, punto final. —volvió a decir apoyándose en su escritorio. — Nos quedaremos aquí, donde estamos seguros, lejos de esa mujer y ese hombre... hasta que las aguas se calmen.

— ... entiendo.

Ella le dio un abrazo antes de salir acompañada por una sirvienta que fungía como su cuidadora, en lo que se quedaba observando su silueta desvanecerse a la distancia sin mirar atrás antes de que las puertas se cerraran.

Sangre dorada | Who made me a princessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora