CAPÍTULO 2 Lo que fue

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Esa piel morena que brillaba con el sol y se reconocía a lo lejos, era Javi. Lo recuerdo perfectamente, metro noventaicinco con el torso desnudo y un bañador que dejaba entrever el conjunto de su figura. Nos conocimos hace 4 años en Formentera, él tenía 21 años y vivía allí con sus padres. Mientras tanto, yo, con 19 años, decidía irme de viaje con mis amigas para conocer las Baleares.

Mis amigas y yo fuimos a una cala perdida con el coche que habíamos alquilado. Buscábamos poder estar en una playa tranquila para hacer fotos y si conseguíamos perder el miedo, algo de esnórquel. Tras 20 minutos de un intenso debate, nos pusimos de acuerdo y encontramos el lugar perfecto. En cuanto me bajé del coche vi lo bonita y vacía que estaba la playa. Cogimos las cosas y bajamos corriendo. Allí estaba, Javi.

De entre todas las playas en las que podríamos haber acabado, elegimos justamente la favorita de Javier. Éramos las únicas personas de la playa, mis cuatro amigas, Javi con un amigo y yo. Al principio estábamos haciéndonos fotos en el agua y subidos en las rocas, era el mejor spot que había visto en mi puta vida. Me quedaba embobado mientras les hacía fotos a mis amigas, y no precisamente por lo guapas que eran, sino porque Javi estaba besándose desenfrenadamente con su "amigo".

Cuando ya nos cansamos de tanta fotito, le echamos valor y empezamos a nadar al fondo de ese precioso mar, con las gafas y los tubos puestos para apreciar el momento que estábamos viviendo. Mi amiga Mónica, la cabrona de Mónica. Iba con bastante miedo buceando detrás nuestra y en el momento más inesperado empezó a gritar, tan fuerte que aún con la cabeza sumergida en el mar la escuché.
– ¡Jodeeeer! Me ha picado una medusa en el brazo y me duele muchísimo.
Nos dimos la vuelta nada más escucharla y la llevamos hasta la orilla. Efectivamente, a la mierda el momento influencer. En cuanto llegamos a la orilla vino Javi a preguntarnos qué nos había pasado. Le dije que a nuestra amiga le había picado una medusa y le pregunté si sabía de alguna farmacia cerca. Él comenzó a reírse y Mónica le miró fatal. Le dije que de qué coño se reía y me respondió lo siguiente, "No te alarmes tío, esto pasa todos los días, y más si os metéis al fondo sin conocer la playa". Lo dijo con una sonrisa tan tranquilizadora que me encantó. Tras calmar un poco el ambiente dijo – El dolor de las picaduras de medusa se arregla fácil.
Al segundo se sacó la polla delante de mis ojos y me quedé flipando, vaya pedazo de rabo. Le dijo a Mónica que con la orina le calmaría el dolor, y ella, desesperada y con una milésima de esperanza en ese tío que acababa de conocer, aceptó. Javi literalmente le meó el brazo a mi amiga.

Cuando el dolor de la picadura dejó de ser el centro de atención, Javi nos quiso presentar a su amigo. Benedict, un personaje nacido en Mónaco que estaba de vacaciones con sus padres. No tenía ni idea de español así que Javi soltaba burradas sobre el y ni se inmutaba. Nos contó que los padres de Benedict venían desde hace años a Formentera. Venían todos los veranos en yate, sí, venía a Formentera en yate. Era algo de lo más común en la isla, pero a mí me sorprendió bastante. También nos contó que Benedict y el eran bisexuales, algo que hizo que se me retorciese el cuerpo. Qué maravilla, primer tío que conozco en la isla y también le van las pollas.

Seguimos y seguimos hablando hasta que comenzó a anochecer. Disfrutando de un atardecer de verano, en Formentera, con mis mejores amigas y dos tíos guapísimos, sencillamente la vida que merecía. Antes de subir al coche me lancé y le dije a Javi que si le apetecía podíamos ir a tomar algo esa noche. Su respuesta le dio un giro enorme al viaje.
– Pues si os apetece podéis venir al barco de Benedict, sus padres van a pasar la noche en el yate de unos amigos y han dejado que hagamos una fiestecita.
En ese momento me acordé de que habíamos reservado mesa en un restaurante al que queríamos ir y sin miedo alguno a lo que pudiesen opinar mis amigas, invité a los dos tíos a la cena. Encantados aceptaron la invitación a cambio de que después fuésemos a su fiesta.

Me monté en el coche y nada más arrancar mis amigas empezaron a gritar de emoción, nos íbamos de fiesta a un yate en Formentera, nada podía salir mal. Llegamos al apartamento y nos adecentamos ya que la ocasión lo merecía. Salimos del apartamento y parecíamos los ángeles de Charlie, era increíble el nivel de zorreo que llevábamos encima. Javier me había dado su número para ir hablando y le avisé de que ya estábamos saliendo.

Llegamos al restaurante y era tal y como lo vimos en las historias de Instagram de aquella influencer. Enorme, lleno de palmeras, con mesas muy separadas y un ambiente impresionante. La reserva estaba a mi nombre, cosa que ya le había avisado a Javi. El metre nos llevó a la mesa y allí estaban, Javi y su amiguito Benedict, estaban guapísimos. Nos saludamos con dos besos y nos sirvieron unas copas de champán que ya habían pedido nada más llegar. Era sencillamente extravagante, se notaba que no escatimaban en gastos. Benedict vestía un traje de Prada y Javi había venido con el pelo desaliñado, las mismas chanclas de playa, una camisa hawaiana y un pantalón con el que se le marcaba todo el paquete, no pude parar de mirarlo.

Pedimos de todo, marisco, paella, otra botella de champán, postres y unas cuantas copas para asimilar bien semejante cena. Lo que vino después no fue tan agradable. Trajeron la cuenta y tocábamos a 230€ por cabeza, 1610€ en total. Estuve a punto de salir corriendo, pero vi como Benedict levantaba la mano para llamar al camarero. Le pidió amablemente que trajese el datáfono y pagó con una de esas tarjetas doradas que te da el banco cuando tienes mucha pasta. I-M-P-R-E-S-I-O-N-A-N-T-E. Nos acabábamos de ahorrar la cuenta de la cena más cara de nuestras vidas. Le dimos las gracias y nos respondió en francés, a lo que Javi nos tradujo – Ha dicho que gracias a vosotros y que esta noche ha empezado muy bien. En realidad si, había empezado tan bien que hasta daba miedo.

Al salir del restaurante Javi nos hizo de guía por el puerto hasta que llegamos al yate. Treintaicinco metros de barquito, era una locura. Nos recibió la tripulación y nos sirvieron unas copas, así, como para ir calentando. Subimos a la parte de arriba y pusimos algo de música, era precioso, todo el puerto lleno de barcos y con los reflejos de las luces en el mar. Empezamos a beber sin control alguno y yo me empecé a poner algo tonto. Javi parecía que se había llevado muy bien con mis amigas, pero yo sentía que se había fijado en mí. Benedict parecía aburrido así que le dijimos que por qué no jugábamos a algún juego. Javi dio la idea de jugar a verdad o reto, un juego bastante usado, pero a quién coño iba a engañar, me moría por que me pusieran un reto. Mis amigas no se cortaron un pelo y en cuanto me tocó, me retaron a pasar el hielo. Básicamente el juego consistía en pasar un hielo a la boca de otra persona con tu propia boca, sí, asqueroso, pero sí, estaba deseando pasárselo a Javi.

Me di cuenta de la situación, a mi izquierda estaba sentado Benedict y a mi derecha Javi, por supuesto me metí el hielo en la boca y se lo pasé a Javi, con la mala suerte de que el hielo cayó al suelo y nuestros labios chocaron. Todos se pusieron a gritar y Javi y yo nos sonrojamos de la vergüenza. Era una tontería, pero si le sumabas la tensión sexual acumulada se transformaba en una bomba de relojería que acababa de empezar a sonar. Seguimos jugando un buen rato más, hasta que llegaron dos amigas y un amigo de Benedict. Ana, Marta y Mario. Tres amigos españoles que tenían en común Benedict y Javi. En cuestión de pocos minutos le dimos otra vez al verdad o reto. No pasaron ni 10 minutos y Mario ya se estaba liando con una amiga mía. Me quedé flipando porque en principio era por el reto, pero acabaron bajando a una de las habitaciones. En el fondo pensaba ¿y si hiciera eso con Javi?, ¿podría pasar?, ¿lo debería ver como una opción viable?

Nos tomamos una última ronda de chupitos y Benedict nos dijo si queríamos dormir en el barco, que había espacio suficiente y que por la mañana nos traerían el desayuno. Claramente aceptamos sin pensarlo y bajamos al salón principal. Allí nos organizamos para ver como dormiríamos. Mis amigas dijeron que dormirían juntas, las dos amigas de Benedict se fueron a dormir a sus casas y en el panorama quedábamos, el niño pijo, Javi y yo. Lo primero que se me pasó por la cabeza fue – ¿De verdad se lo va a follar este tío y yo no?

Por suerte, Javi tomó la iniciativa y dijo que para que ninguno de los tres durmiera solo, podíamos dormir juntos en una de las habitaciones principales. Benedict me miró, yo le miré a él, asentimos con la cabeza y nos fuimos juntos al mismo dormitorio, sí, los tres.

Aleix y los demásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora