Cicatrices en ritmo

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La taza de café permanecía en exactamente la misma posición que se había mantenido durante los últimos quince minutos, después de que Nayeli se levantara y fuera hasta la cafetera a prepararsela. En ese momento mantenía sus piernas cruzadas, una sobre la otra y su mirada reposaba sobre el liquido de color café cremoso en una taza tan insipida como se sentía ella en aquel momento. Sin embargo su mente tenía mejores planes y no dejaba de regresar una y otra vez al momento en el que aquel hombre había interpretado para ella la melodía más hermosa y provocativa que jamás en su vida había escuchado. Ahora en mitad de horas del trabajo, repasaba una y otra vez el momento, en el que aquellas musculosas y varoniles manos acariciaban el instrumento negro y de alguna forma lograban sacar una expresión sublime de placer y encanto, en el que coronados con aquellos ojos magicos, hicieron que el sexo de Nayeli palpitara una vez más, causando que se moviera sorpresivamente en su silla y agitara la taza de café que había permanecido exactamente en la misma posición entre sus manos durante todo este tiempo. 

---- ¿Disculpa, te vas a tardar mucho? 

Preguntó una chicha delgada de cabello rubio con una perforación en la nariz, llevaba un par de minutos cuando menos esperando la atención de Nayeli, que ahora era capaz de percibir los sonidos de su oficina y de sus compañeros, al mismo tiempo que regresaba a la realidad, ella estaba trabajando, aunque ahora su sexo estaba humedo y ella y tenía un deseo inapropiado que le acompañaría todo el día.


La vida de Nayeli no había cambiado mucho realmente, su departamento aunque tenía una vista hermosa y era mucho más amplió que el último en su vida en pareja, lo cierto es que se sentía como un espacio desperdiciado al estar simplemente vacío todo el tiempo. En su habitación había logrado improvisar unas cortinas con tela y un par de palos de escoba que le permitían bloquear el sol en la entrada  y su nevera que era pequeña, estaba lo suficientemente llena de envolturas de comida y algunas latas de bebida, pero pasaba tanto tiempo sola en casa, que sería difícil siquiera poder llenar hasta el borde que había dejado doña Sara, la marca y su advertencia.  En su casa Nayeli era una mujer tan ordinaria y aburrida, que sentía una necesidad compleja de hacer algo, no tenía suficiente dinero para aventurarse a salir a la ciudad y era demasiado timida como para aceptar un ofrecimiento expontaneo de algún alumno demasiado osado o de un compañero de trabajo y su jefe era sólo un morboso que la miraba, así que parecía que estaba condenada a aburrirse en el edificio, sintiendo una necesidad inapropiada de volver a subir al último piso y buscar al hombre que había visto un par de semanas atrás. 


Un día se armó de valor, se pusó un pantalón deportivo, una chamarra a ajuego y subió las escaleras en dirección al último piso, donde un hombre con cabello trenzado y piel oscura bajaba cargando un par de cubetas de limpieza.

---- ¿A dónde vas?

Le preguntó aquel hombre al ver a Nayeli subir las escaleras

--- Yo, este, ahm 

La chica realmente no sabía como explicarlo 

---- El sexto piso aún no esta terminado y el acceso a la azotea esta restringido, si deseas la llave deberás consultarlo con la persona encargada del edificio. 

Resumió el hombre de labios gruesos y ojos en color café brillante, con una barba amigable y un rostro noble aunque severo. 

---- No, yo voy al septimo piso 

Explicó débilmente como si eso fuera suficiente, aunque aquella respuesta hizo reír al hombre

---- No hay un septimo piso señorita, es el sexto y luego el acceso a la azotea 

El Violín NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora